lunes, 11 de enero de 2010

Cuento: www.crunchskull.com

Este es el último cuento del libro Historia universal de la Infancia. Obviamente la página no existe (tal como yo la planteé) con ese nombre.

--------------------------------------

www.crunchskull.com

Salió de casa con su patineta, cruzó varias avenidas en cincuenta segundos a costa de ser arrollado con el menor descuido, pero fue convocado para la reunión de hoy. Y era tonto que él fuese el amo de la idea y que Nixon se la haya apropiado estúpidamente, a Roger le había gustado, siempre y cuando se tuviese un patrocinador para colgar la página. Y era obvio que requerían de un plan, de ello se hablaría hoy y se haría el proyecto número uno, no se tardaría de colgar en Youtube. Casimiro sabía de ordenadores desde los cinco años, no por eso su padrastro le había enseñado el ABC de los virus, las armas que posee un hacker, pero que nunca actuase como un cracker o se arrepentiría de haberle enseñado.

Al llegar a casa de Piagguletto, halló las máscaras de diferentes formas: La clásica mascarada de jockey que usa Jasón, con orificios más redondos en las fosas nasales, tallado a la perfección para modular el tamaño del tabique y único porque nunca se caería si el sujetador le apretase el cráneo. La cámara de vídeo recién comprada, veinte megapíxeles, un kilómetro de alcance (con trípode) y también ligera, 90 gigas de memoria incorporada más seis tarjetas de 120 gigas para usarlas (sólo una por una) además de la compatibilidad para mostrarlas en cualquier televisor digital.

Una segunda máscara, negra en su totalidad excepto en el centro, donde un signo de interrogación color verde fosforescente brillaba en la oscuridad, le impactó por su belleza, además, también podía ser usado como un casco. Una cabellera falsa color verde llegaba hasta el estómago sin problemas; si se era pequeño, hasta en la cintura.

La tercera máscara era más sofisticada, aunque era estéticamente simple. Una esfera que se asemejaba al casco de los buzos que reflejaba como un espejo perfecto, pero su belleza residía en el interior. Si bien no existían agujeros donde uno podía ver, un sistema de visión el usuario podía observar plácidamente, cambiaba el modo de visión, de color a calorífica, o de calorífica a extrema luz, y el casco iluminaba todo el lugar. Para que no fuese sofocante, también tenía un sistema de refrigeración que mantenía la temperatura a la adecuada, y cada diez minutos el carbono era absorbido por la máscara para liberar oxígeno.

La cuarta máscara era un rostro que cambiaba aleatoriamente. A veces los ojos eran verdes y la piel negra y lisa, a veces los ojos podían ser negros con la piel blanca y desgarrada por todos lados. La quinta máscara tenía el aspecto de un cíclope sin boca, cuya luz que emanaba era roja, además de tres focos en la barbilla que iluminaban en rostro.

Todos tenían guantes blancos o negros, de cuero con tallados múltiples en los dedos, transformadores de voz en cada máscara, un micrófono que les permitía comunicarse a un kilómetro a la redonda, quinientos si estaban bajo un puente. Capas que cubrían el pecho y la espalda sin incomodarles cuando caminaban.

– ¿Sabes a qué hora lo haremos? –preguntó Casimiro, Roger miró el reloj colgado, que mostraba a una luna llena y al tres y dos tres. Piagguletto miró a los cuatro jóvenes y agarró la máscara de jockey.
– En la noche, para que no nos encuentren –respondió Roger. Nixon asintió mientras sacaba cinco vasos y los colocaba sobre la mesa, sacó una botella de kir y lo mezcló con diferentes jugos. Casimiro levantó la cámara y revisó cada parte del artilugio.
– Será fácil si vamos a…
– No, Ruperto. No será fácil, pues si la policía anda por allí, no nos será fácil explicar por qué tenemos niños en una bolsa –refutó Casimiro, mostró su ordenador portátil y señaló un mapa – aquí se podrá hacerlo, desde las ocho a ocho y quince, allí no hay postes, o los que hay son pocos, casi desierto, nos podemos fundir con autos de Alfonso Ugarte.
– ¿Y a qué casa irá? –preguntó Ruperto.
– A ésta ¿Dónde más? –respondió el joven mientras bebía su licor.
– ¿Y dónde le grabaremos? –volvió a preguntar Ruperto, quien cogió su vaso y acabó con el licor de golpe.
– En el sótano, apenas habrá iluminación. Y también hay una camilla, cuchillos filosos y chavetas, clavos gruesos y martillos –contestó Roger, el último que cogió su vaso –me encargué de traerlos, y si la policía sospecha algo, nunca sabrá de nosotros por los clavos, sabrás que tengo muchos desde años.
– ¿Y qué le decimos? –preguntó Piagguletto, revisaba el mapa una y otra vez.
– ¿Decirle? Sólo le ahorcaremos hasta que pierda la conciencia, luego le llevaremos hasta el carro de Nixon y llegamos aquí –declaró Roger, miró a sus compañeros, quienes asintieron, aunque cada uno tenía sus dudas –no se preocupen, ellos dijeron que pagarían bien si la página tenía público, y eso le daremos, público.
– Ya –bostezó Nixon “cojudo ¿Crees que me importa el dinero?” pensó.

Seis treinta. El quinteto salió de la casa mientras en la maleta llevaban sus vestidos porque (gracias a una rápida anotación de Casimiro) sería muy extraño que les viesen así mientras se conduce en plena carretera. Las armas estaban al lado, por si oponía resistencia, pero sólo para amedrentar en el momento. A las 7:52 llegaron, las luces nunca habían iluminado aquel lugar por los ladrones que robaban los cables, aunque muchos morían electrocutados. Ninguno vio los rieles que se fundían entre las piedras y el polvo. Oyeron las voces de críos que se lanzaban guijarros en una lid tan fútil como peligrosa, pero llena de adrenalina. Estaban a tres cuadras del cúmulo de casas, de modo que tuvieron suerte ya que nadie se concentró en ellos.

Una piedra cayó en la cabeza de un chiquillo desnutrido, quien intentó refugiarse en casa por la lluvia rocosa que le caía, pero su madre había trabajado, sus hermanos mayores estaban trabajando y su padre estaba dentro, dormido por la borrachera que tuvo horas antes. Y cuando estaban a punto de lanzar más piedras, las ruedas del tren daban a luz sonidos, tan propios de él que los niños se refugiaron en sus casas, además del grito de la madre, las tareas que debían realizar. Una excusa perfecta para meterles, y ellos temían al tren por los muertos desgarrados en algunas mañanas, perros vagabundos y desdichados. El herido también quería entrar, pero su voz no llegó al cerebro de su padre y le ignoró.

Los jóvenes vieron su oportunidad y pensaron que no podía ser mejor ya que sin niños y sin carros que les estorbe, nadie les vería. Ya vestidos, los cinco salieron del carro y miraron (mientras caminaban) al niño, quien estaba en busca de un nuevo juego sin sus amigos. Pero al verles, golpeó la puerta varias veces mientras llamaba a su papá, Casimiro vio (a través del lente calorífico) que sólo un hombre yacía en casa, inmóvil. Hizo la señal y le amordazaron y ahogaron a pesar que el niño lanzaba duras patadas. Entraron al carro y salieron de aquella barriada.

Cuando el infante despertó, se hallaba en un cuarto oscuro, atado por unas cuerdas añejas, pero muy resistentes, le cortó poco a poco la circulación hasta no sentir sus manos, o el miedo le daba esa percepción. Llamó a su madre y su padre, a sus hermanos y a su abuela muerta, pero con su voz se encendieron los focos, y cinco hombres disfrazados estaban sentados en aquel lugar. Entonces Casimiro encendió la cámara y grabó.

– Buenas noches, querido público –saludó Roger mientras su máscara estaba cerca del niño mientras llevaba una bolsa negra entre los dedos – es esta la primera función para nuestra página web, www.crunchskull.com donde podrán seguir nuestros actos divertidos e inocentes. Aquí tenemos a un niño que no conocemos, ni nos importa del todo, pero sí queremos saber su nombre, es tímido porque llora y no conocemos su nombre, sólo sabe llorar ¿Cómo te llamas?

Pero el niño sólo gimió y chilló mientras intentaba liberarse de las cuerdas y de aquellos hombres que le daban miedo. Roger sacó un cuchillo de la bolsa negra y desgarró el polo brutalmente, sacó el retazo con delicadeza y acarició el pecho del niño, quien estaba moviéndose bruscamente, pero aún en vano.

– Lástima, pero tal vez pueda hacerte cambiar de opinión, con un llanto más fuerte –declaró el joven, cuya mano descendió hasta el pantalón y lo confiscó. El niño no usaba calzoncillo –si vivieses en la época antigua, la palabra castrar te daría miedo ¿Quieres saber su significado? Vamos, no seas malo y dime tu nombre o usaré esa indefensa palabra en tu contra –pero el niño tenía tanto miedo que apenas pudo balbucear –oh, si no quieres cooperar –y tras agarrar su sexo, agitó fortísimamente el cuchillo hasta seccionarlo totalmente. Tras un grito (desgarrador queda pequeño) que retumbó en el cuarto, grandes espasmos que le dejaron inconsciente y su reanimación a través de la punta del arma en la herida, Roger siguió –duele ¿No? Dime tu nombre o te dolerá el doble.
– Je, je, sús, sús, Jesús –respondió escuetamente el infante, Roger sonrió y miró los clavos en la bolsa.
– Tienes suerte, Jesús, aquí tenemos unos clavos, lástima que no haya cruz o te elevaríamos con cuerdas –comentó alegremente Roger, sacó los clavos grosísimos y un pesado martillo –esta camilla servirá.
– No, déjenme por favor, yo no les hice daño –farfulló el niño mientras sangraba copiosamente.
– Esto, niño mío, es por placer –comentó Roger otra vez, interactuando con la cámara, Nixon apareció y sostuvo la pierna izquierda del niño –con fuerza o fallaré, a la una, dos, tres –el clavo atravesó la camilla mientras ésta se manchaba en sangre, y el mismo grito con diferentes formas, tanta intensidad mostrada, el infante derramó tantas lágrimas que le escocía la cara –¿Estás preparado para una segunda tanda?
– No, déjame, déjenme –respondió el niño, su respiración se hacía irregular y fuerte, terminó desmayándose por el dolor y Nixon sonrió.
– Mejor para nosotros –y luego de hablar, el clavo atravesó la camilla férrea y los huesos, oyéndose un crack irrepetible como efecto sonoro, el niño volvió a despertar y lloró intensamente –te dolió ¿Cierto? Te dolerá más, así que aguanta –el martillo cayó por tercera vez y la otra mano tuvo un agujero, el niño sangró desde la garganta por tanto gritar y comenzó a sudar sangre –nuestro niño lo ha logrado, logró lo poco posible, vamos por otra ¿No más?
– Má, te, me.
– Oh, no tan pronto –volvió a golpear en los tres clavos para asegurar la resistencia de los metales y sacó el cuarto clavo –te llevaremos al desierto y morirás de inanición, tal vez si las bestias te comen.
– Bastardo maricón –insultó el niño furiosamente, y al oírle, sacó un quinto clavo y usó el cuarto en el pie, pero no demoró al usar el quinto, donde se alojó en el pecho, perforando su corazón.

– Nueve infanticidios en un mes y una página dedicada a esto ¿Cómo es posible que no se haya logrado algo?
– IP desde Camboya, con correos que sólo se usan una vez y con datos falsos, no es tan fácil ¿Sabe?
– ¿Y el dueño del dominio?
– No se interesan tanto por saber si el nombre del usuario es real, además, es de Finlandia, no nos será fácil contactar.
– Si no se soluciona esto, perderé mi cartera.
– Además, hay tanta publicidad y tantos lectores ¿Desde cuándo tantas personas sienten fascinación por esta mierda?
– Desde que ellos llevaron la moda, tres millones de visitas en tres días.
– Y desde que el hijo Harriet Gómez fuese víctima, Inteligencia se metió en todo, pero ni siquiera puede ayudar como debe, están atados.
– ¿A qué les atrapan en un año?
– ¿Apostar? No, no apuesto mi trabajo por unos centavos, además, quieren justicia los familiares ¿Has tocado la justicia?
– No ¿Y tú?
– Ni la vi, ni la toqué, ni sé como se siente, así que hablan piedras. Pero quieren además que se atrape a los culpables.
– Una sanción, por cierto ¿Con quién dejarás a tus hijos mientras vayas al viaje de mañana?
– Ah, con… No pensé en ello, fatal.
– Yo que tú, les llevaría conmigo.
– ¿Me dejarán?
– Los periodistas harán bulla, pero podrás dar excusa alguna.
– Sí, eso espero, o…

– Buenas noches, público amado –saludó Nixon mientras su mascarada mostraba una faz horrorosa –sé que nos han estado siguiendo desde hace un mes, y es por ello que celebraremos nuestro mes con dos niñas, una delicia la primera, rubia y ondulada, de once años, aproximadamente. La segunda afirma que es virgen, yo no le creo –hizo una falsa reverencia y la cámara fue enfocada junto con dos niñas, ambas atadas a dos cuerdas, donde una polea hacía la intersección entre una y otra, cada una tenía la cuerda en el cuello, pero estaban al ras del suelo, de modo que ni siquiera le hacía daño, pero tampoco podía zafarse de las ataduras puesto que estaban sujetas – ¿Y deberían suponer que serán ahorcadas? No tanto –y al accionar una palanca color azul, una trampilla apareció entre los pies de las niñas, las puertas cayeron metros abajo y los cuerpos lentamente caían por el peso. Poco a poco, la asfixia llegaba a límites mayores y se oía el crujir de los huesos, y cuando Nixon jaló una segunda palanca, las cuerdas levantaron el cuerpo de las niñas, aún con vida, y la trampilla se cerró –Nuestros patrocinadores, gracias a ellos, han colaborado para una segunda cámara, instalada abajo, donde podrán ver con deleite un ser de las profundidades ¿Alguien quiere saber que es? Pistas, es débil y fuerte en su boca a la vez, tiene millones de años y puede hallarlo en su bolsillo ¿Difícil? Cocodrilo, ahora fíjense bien en esto –sacó un pútrido perol con sangre y bañó a las mujeres –no sé si a los cocodrilos les gusta la sangre, con suerte sabré si gusta de ello o no.

Accionó la palanca y la trampilla volvió a soltar las puertas, las niñas cayeron lentamente por su peso, a veces aumentado por una tercera cuerda que obligaba a que una se elevase y otra cayese, y al pasar dos minutos, un chillido nacía hasta llegar al paroxismo en pocos segundos, las fauces hicieron eco mientras la otra niña sufría de una asfixia gravísima, pero con sus sentidos completos para oír como su gemela era tragada pieza por pieza y miembro por miembro. Luego Piagguletto soltó la cuerda y las chicas volvieron a estar en el aire, balanceadas, pero siempre fijas por el lente de la grabadora. La niña lentamente volteó su rostro y miró un brazo alicaído e inerte, desgarrado por dientes férreos y brillantes, sintió como una gota de sangre se deslizaba por su brazo y sollozó. Con un movimiento de cuerdas, los jóvenes lograron como ambos cuerpos chocaron rostro a rostro.

– ¿Solitaria? No llores, que pronto te vas a reunir con ella –comentó Nixon mientras la sonrisa del verdadero rostro se transformaba en una mueca muy horrible –ahora vendrá lo bueno, por primera vez el público verá en este programa la interacción entre un animal y un humano. Cuando se jale la palanca, la cuerda se aflojará y ella caerá, pero ¿Para qué contarles todo? Ya lo verán.

La trampilla fue abierta mientras sus piernas intentaban mantenerse en equilibrio, pero cayó lentamente. Aquella cámara sólo pudo enfocar a la niña muerta, pero pronto se oyó la onomatopeya del cocodrilo, y con fuerza la palanca fue accionada, levantando a la niña herida y al cocodrilo, quien seguía atacando, y antes que la trampilla se cerrase, accionaron la palanca otra vez y ambos cayeron fortísimamente. El acto fue repetido tantas veces que el cocodrilo inclusive ya presentía como iba a ser la reacción. Y la niña aparecía con cada herida, un chillido más resentido y apagado, tanto que no tardó en morir con el gruñido del animal. Ya abajo el animal, Nixon cortó las cuerdas, liberando al pedazo de carne que fueron las niñas, parando al pozo recién hecho, pero Nixon soltó una botella de cerveza con un papel que ardía en el cuello, y mientras se consumía, lo soltó rápidamente y el interior del pequeño pozo estalló.

– Olvidé decirles, caro fue comprar toneladas de alcohol.

Apagó la videograbadora mientras veía las máscaras de sus compañeros, se las quitaron y cada uno se quitó el sudor. Nixon vio como el humo crecía hasta agigantarse.

– Hora del espectáculo –comentó Piagguletto mientras salía del cuarto, y cuando el grupo reía con fuerza por lo pasado, el sonido de sirenas pasaron a través de las paredes. Se colocó la máscara y avanzó –si algo pasase, hay unas tuberías que pueden usar, tal vez sea una falsa alarma, pero si no es así… Y cuando lleguen abajo, asegúrense de apretar el botón rojo, nunca podrán volver aquí –cuando llegó al primer piso, unas balas atravesaron su cuerpo brutalmente, cayendo en seco.
– Mierda –maldijo Roger, miró una segunda trampilla oculta y jaló la perilla con fuerza, ni se atrevió a pensar si no existía tal lugar. Descendió y llegó al final del túnel, pronto le siguieron Nixon, Ruperto con la cámara, quien accionó el botón rojo – ¿Qué hiciste?
– Lo que ordenó Piagguletto, él dijo que…
– No seas idiota ¿Y Casimiro? –preguntó Roger furiosamente, Ruperto soltó la cámara por el golpe que recibió: Un cuerpo con vida bajaba luego de una sonorísima explosión de la parte superior, el joven sonrió y lanzó un suspiro –Casimiro, estás…
– Piagguletto es un idiota ¿Cómo se le ocurre remodelar su casa así? Era tan obvio, las razones por las que nos encontraron, mucha bulla, creo, señores, que se acabó está sociedad.
– Salgamos de aquí, no vaya a ser que…
– Nada va a pasar. Pero sí, salgamos.
– ¿Y a dónde llegaremos?
– No lo sé, pero debemos ir.

Lástima que ahora no puedan confesar porqué lo hicieron. Pero es muy lamentable que sean hijos bien, holgados económicamente hasta el borde, pero bastará para que el presidente tenga un respiro o tendrá que responder por A, B y C, y realmente no conviene. Nadie nos será confiable mientras tenga quince años, tenga una grabadora y mire con delicadeza a los niños, porque óyelo bien, si no son maricas o paidófilos, deben ser abductores para vender sus órganos o traficante de la peor ralea. Sí, una caca hecha y derecha, al menos los padres ya saben quienes hicieron eso, pero me parece más que vergonzoso el hecho que hayan cogido los restos de los jóvenes y lanzar sus órganos a los perros, muy chocante hasta para mí.

Pero no iba a imaginar que mi Roger haya hecho eso, no, y aunque nunca pueda sentenciarle, algo debió cambiarle, algo. Sólo que mi ceguera es tan grande que es imposible penetrar en ella ¿Lo creíste? Mi trabajo es más importante que todo, una locomotora para llegar a ser Jueza Suprema, y con algunas recomendaciones, pueda llegar a ser ministra. Hallaré a las mierdas que hicieron eso a mi hijo y no quedará ni el apellido en la RENIEC. Primero lo primero, mi sándwich. Luego, como se encerraron en ese túnel sin salida hasta morir ahogados.



Herido en su orgullo, Roger se levantó. Olisqueó los aromas fundidos horas antes, mientras en una incursión su hermano había entrado a su alcoba horas antes, y de la misma forma, salido. Se miró en el espejo como le había dejado, espejo de dos metros, los que reflejaban una piel blanca, suave y delicada de ocho años. Parpadeó y escudriñó en el reflejo de su espalda, el escozor en la parte baja, una gota, un hilillo, y agarró su manta con furia divina. Se vistió y resolló con calma. Furioso, volvió a desvestirse y se encerró en el baño para cagar, y hasta eso dolía. Entonces el aroma de su hermano se hizo más fuerte que antes, e imbuido en un odio tremendo, quiso deshacerse del recuerdo. Giró la perilla y las gotas cayeron contra su piel para limpiarle, usó el jabón y gel para que esté igual de pío que antes, pero no le servía creer eso, porque ni el jabón removería su pesar. No, debía darle un escarmiento, dañarle donde más dolía, y él estaba tan unido a mamá que debía hacerle sufrir, y si ella se enterase y desilusionase de él, sufriría, y él también, pero Roger también porque amaba a su madre, aunque si ello implicaba dar una patada en la sensibilidad, no había más discusión.

Y cuando oyó el golpe de la puerta, embestido por una persona, totalmente desesperada para verle desde hace media hora, porque él no había salido desde entonces, o al menos eso era lo que creía la madre, sonó un golpe sordo en el suelo. Se vistió y miró a dos mujeres caídas al suelo del piso segundo, desmayadas por una impresión traumática. No necesitó entender las razones sin elucubrar porque Alcides aún giraba como un metrónomo, cuya cuerda no toleró el peso y chocó contra el pie de la madre al rodar, ello le despertó y chilló acongojada. No, ya ni era necesario parlar porque él mismo resolvió su problema, y sintió tanta felicidad que lloró de alegría.

Aquel recuerdo volvió de la nebulosa desmemoriada, defensa humana para no sucumbir ante las remembranzas capaces de sesgar nuestra existencia por nuestra cobardía. Estaba con Piagguletto, con el pecho sudoroso y con una pelota de fútbol entre sus piernas, tres botellas de licores de dudosa reputación sobre una mesa tallada pobrísimamente. Casimiro, impasible, había terminado de contar un mismo recuerdo con diferentes portadas. Nixon, quien estaba a punto de renunciar a la reunión, no daba crédito a las voces grotescas que sólo el alcohol y la locura producen. Ruperto durmió sobre dos sillas de plástico mientras sus piernas aún se movían, tic que pudo entenderse con una historia ya contada tantas veces… Su padre, y si que era más pendejo de lo que aparentaba. La cerveza les quitó aquel lazo que cubre nuestra boca para no estar en la boca de otros. Un partido matado por sus victimarios, casi todos en presencia, al mismo tiempo que su sonrisa delataba un interés más allá del sentimiento de respeto. Los demás les abandonaron.

– ¿Cuánto perdimos? Ya ni me acuerdo.
– Dos a quince, una mierda de partido.
– La cagamos.

Y su cabeza se estrelló contra un vaso ya quebrado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario