lunes, 11 de enero de 2010

Cuento: Ciudad Batalla.

Ciudad Batalla.

Cero aeme.

Los pescados danzan en el néctar del olivo hasta morir por corazón duro, o piel dura, la que sea. Con la muñeca moviéndose bajo la lisura, barnizó las carnes en llamas hasta lograr su sabor D’Galia. Con la risa idiota y el mandil ajado, Clarisa acabó de cocinar y vertió el contenido de la sartén sobre un plato rajado, cuyos fragmentos fueron a parar a la boca de una víctima suya, comensales.

Al acabar su ritual monótono, cierra los ojos y duerme para aguantar lo de hoy, que en suma sería mañana, pero se dice hoy porque ya son las 24 de la ¿Mañana? ¿Noche? No parecía noche, realmente. Musitó algunas letras del Grupo 5, contó 6 ovejas y despertó a las 7. Sus hijos entraron a la sala, el menor semidesnudo y el mayor en calzoncillos. Chilló para que se bañasen, ordenasen sus cuadernos y fuesen pronto a estudiar, que no en vano metió a su esposo en la cárcel por una trifulca de miles de connotaciones.

Revisando los cuadernos sucios y casi sin garrapatear, Camilo se quita la única prenda y va hacia el otro cuarto, húmedo e invadido de hongos que amenazan su paupérrima defensa llamada piel. Jaló la cuerda del pozo y sacó agua con escoria innombrable, humedeció su piel y usó una pastilla a modo de jabón, liberó la suciedad y se masturbó. En el transcurso entró Tamil, quien le miró anonadado. Siguió con su práctica y le lanzó agua. Gritó Tamil por la cuchillada hecha baldazo y fue ignorado. Salió sin toalla y regaló un bofetón a Tamil como regalo diario. Secó su piel y se vistió con sus harapos arrugados, metió el suéter del año tras antepasado en su mochila y metió su vaso sobre el cuaderno de Tamil.

– Tamil me dijo que le robaste sus panes.
– Tamil es un maricón, por mayoría de votos y porque es así.

Se calló y siguió cortando los panes, vestido suyo que saca el hilo y muestra el signo de mujer en su busto. Vio las caídas gotas derramadas sobre el cuaderno de Tamil, suspiró y pensó que enamorarse de un drogadicto, siendo meretriz, no era sólo estúpido, sino ingenuo. Códigos genéticos, historia de un zarrapastroso escritor y adivinación sin bola de cristal o magia. Acabó con el pan número treinta y lo guardó en la bolsa. Hirvió el agua y metió la quinua junto a otros menjunjes que imitaban falsamente al real, pero que ante el paladar engañaba gloriosamente. Tamil, mostrando elegancia, acabó de planchar su vestido y lustró sus zapatos, lavo sus manos e intentó sacar el vaso de su hermano para guardar sus cuadernos.

– Saca tu mano de allí.
– No jodas y lárgate.
– ¡Mamá!
– ¡Mamá! Camilo me pega porque soy gay. Marica.
– Cállate.
– Basta los dos. Deberías colocar tus cosas a tiempo, no fuera de la mochila.
– Pero si él sacó mis cuadernos para usarlos como papel higiénico.
– Pero ese es tú problema, no fuiste a comprar papel, así que necesité algunas cosas.
– Pero siempre es así.
– ¡Basta los dos! Tamil, toma tus precauciones si sabes que tu hermano jode. Y tú, Camilo, deja de molestar o…
– O el mariconazo de Tamil se quejará. Me voy.
– ¡Camilo, quédate que aún no he terminado!

Y con el viento formado por su salida, Camilo sacó un cigarro y lo metió entre sus dedos.



Tric-trac.

Con el ímpetu entre sus manos, Camilo desgarró la aorta de su oponente y pisoteó su rostro. Al entender lo ocurrido, su grupo y él le llevaron hacia el barranco y le tiraron hacia el muladar. Sonrientes, celebraron su victoria y sacaron más cigarrillos; otros, hojas de marihuana, paco y cocaína. Rieron y siguieron contando relatos absurdos de mujeres que aparecían en los sueños y te sacaban conejos en la pinga si es que le invocabas. La súcubo era la pareja ideal hasta que uno perdía la mente –como era normal a lo largo de los milenios –por ella y para ella. El relato murió con las sirenas de los policías. Cargaron sus cuadernos y entraron al colegio desde la pared blanca, zona de comercio ilegal (bombas molotov, condones con púas y fotografías pornográficas de niñas y adolescentes violadas) y rumor de los alumnos de segundo, hecho en alumnos de tercero, plaza en alumnos de cuarto y ciudad batalla en quinto. Se escabulleron entre escaleras roídas ante el tiempo, atropellaron a media decena de alumnos y piropearon a docenas de alumnas.

– Le sacaste la mierda –dijo uno de ellos. Camilo sonrió.


Al finalizar su garrapateo, Tamil oyó los resquicios de la clase de profesora y sueño al mismo tiempo. Venció el sopor y siguió oyendo los accidentes de tránsito son ocasionados por los errores gramaticales, roles actanciales o la llegada de Estados Unidos a Lima, conquistada y sitiada (sólo en mente) por la parafernalia de lo cultural. A la hora de recreo, jaló la cremallera de su mochila y sacó una bolsa con dos panes, una botella de emoliente y una cuchilla. Una de sus compañeras lo vio y chilló. Sorprendido por tener el arma de su hermano, lo ocultó rápidamente. La T-rex que tenía por maestra le revolvió sus pertenencias hasta hallar el arma, la confiscó y llamó al auxiliar para que fuese al salón de Dirección.

– No es posible –comentó el auxiliar –nunca hizo problemas.
– También lo sé –dijo la profesora, miró al lloroso niño y suspiró –por eso quiero llamar a su madre.

Al salir, Tamil oyó las burlas de sus compañeros.

– ¿Camilo Orteaga? Ya veo. Ve al 501 y llámale.

El auxiliar salió del salón y miró rápidamente la languidez impresa en la faz ajena. Tamil cerró los ojos y trató de concentrarse en lo que diría en el colegio, en la casa y ante Camilo. Al llegar, más se asemejaba a un reo que a alumno.

– ¿Es Camilo Orteaga?
– Depende.
– ¿Cómo que depende?
– Mis amigos me llaman El Llama.
– No me interesan sus alias. Cuando Tamil abrió su mochila, le encontraron una cuchilla. Y ya sabe a lo que me refiero.
– No, no sé si Tamil se hizo pandillero, ese no es problema mío.
– ¡No, señor Camilo! Yo le confisqué a usted esa misma arma la semana pasada, y desapareció. No pueden existir dos creaciones rústicas de la misma manera.
– ¿Y por qué no?
– Porque perforé ligeramente el mango, y dice confiscado.
– …
– No tienes palabras ¿Verdad? Y eso no basta, porque sé que has peleado y dañado a tus compañeros Calígula y Romero.
– Si cree en esos soplones.
– No les creí palabra alguna: Yo te vi peleando.
– ¿Y tanto problema se hace por un cuchillo que no dañó?
– ¡No sea insolente! Crea armas, las usa y luego las deja en la mochila de su hermano. Con esto está expulsado del colegio. Y porque sé que sería lo mismo sin esta otra medida: ni vos se acercará aquí. Sus amigotes, que en realidad son pandilleros, hacen su vida ¿No? Puede irse.

Antes de retirarse, Camilo sacó otro cuchillo y pegó con el mango en la cabeza de Tamil, quien no lo necesitó para llorar otra vez.



– Tengo que irme, Tamil.
– Espérame Tod, llévate mis cuadernos. Camilo los rompe.
– Pero ¿Hiciste la tarea?
– Ya, casi acabo. Por eso me demoro.

Acabó la última suma y metió los cuadernos en la mochila de Tod. Sacó unas monedas y le pagó por el servicio. Al llegar a casa, Camilo estaba reunido con seis compañeros más. Murmuraron algunas palabras y cada uno sacó una cuchilla. Todas estaban humedecidas de sangre, pero el terror venía del rostro, totalmente desecho por el cúmulo de drogas entre venas.

– ¿Qué pasa? Sólo sacábamos nuestros juguetes.
– Mamá te ordenó ni siquiera mencionar sus nombres.
– ¿Mamá? Ah, bueno… Ella jodió tanto al no darme dinero, bueno, uno nunca se contenta con lo que tiene, este… ¿Quieres probar carne humana? Y mejor si se llama…
– …Mamá.
– Sí. La mother. Ahora cada uno tiene su juguetito, nuevo. Y también tienes uno –lanzó el arma, la que cayó atravesando su mochila –porque eso sí, no perdonaré tu soplonería. Aquí se acabó todo. Sólo tú y yo.
– No quiero pelear.
– No quiero pelear… Rosquete, eso eres. Soplón maricón. Pelea.

Percibiendo aire enrarecido, Tamil agarró el arma y miró fijamente a su hermano, cuya sonrisa se desencajó, más humano y alegre. Al alzar su cuchillo, Camilo le desarmó con un golpe hacia la mano. Pero cuando el cuchillo giró en el aire y el mayor se movió para atacar, la hoja entró en su nuca y cortó el único anexo que tenía por vida, aunque fuese material.

Aún en shock, Tamil gritó y los seis adolescentes escaparon.

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