Hijo, no podría creerte más cerca de lo que alguna vez pude estar contigo. En realidad, escasas han sido los momentos al que yo te he acompañado. Me lo puedes reprochar, y realmente no me incomodará.
Porque si algún fotograma conservo de ti fue cuando mi campaña llegó cerca de casa y te tuve sobre mis hombros, y tú sin sospechar quien era el caduco que acariciaba ese paraíso que tienes por cara.
Apostaría mi alma que me odiaste porque abandoné a tu madre cuando mi mente fue raptada por la refulgente idea de ser presidente golpista. Tienes el derecho a embarrar mi nombre, abjurarme por todo lo alto, porque sé que no merezco ni el ápice de tu compasión.
Pero por las cartas que tu madre garrapateaba y era enviado por un emisario (siempre dispuesto a caer en martirio para ser reconocido porque él alegaba que nunca le tomé tanta importancia si no era la entrega de cartas) apenas sabía de ti.
Volviendo a lo de mi emisario, vaya que tuvo razón: Quemó la carta cuando supo que su captura era inevitable. Lo poco que sabemos de él fue que su dedo estaba a tres metros de mi último puesto, la pierna entre las zarzas y eso que parecía su pecho clavado entre las ramas. Cruel, pero igual llegó el mensaje con otro emisario, y casi logro ir para tu cumpleaños número seis.
Ella decía que una sorpresa iba a venir, y tú, tan animado estabas que saliste en el toque de queda y casi te barren a plomazos. Al miserable que se atrevió a disparar le embosqué y a culetazos el cráneo fue uno con el asfalto.
Mi segundo hombre logró conversaciones menos escuetas y menos frecuentes. Incluso mamá Sandra tomó una fotografía tuya y me la envió. Ahora mismo la tengo en mi bolsillo y el rostro se desploma de la rabia.
Supe que a los quince años los azules te llevaron por indocumentado cuando creían tenernos cerca. Mala hora. A la vieja le grité que si no podía ser más ineficiente, mejor que me delatase. Creí que nunca os vería, pero como te recuerdo: los ojos azules y la piel albina, como la de tu madre...
Esos ojos azules son los mismos que veo a la luz de la luna, abatido por las ráfagas de tu metralla en disparos a quemarropa. Pero si estoy lacerado por tus dedos, yo siento mi existencia horadada por mi granada, la que evaporó tu vida, a mi grito de ¡Ataquen!
sábado, 10 de octubre de 2009
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