miércoles, 28 de octubre de 2009

Cuento IV: Pica.

Y coso y coso con cada tric trac del metrónomo, que indica un tiempo más, un tiempo menos. Miro a Uriel, quien sigue en su actividad hábil y mañosa. Envidiable a todas luces. El cabello se hacía rápido, muy hábil ella antes que viniese El Jota. Cose más rápido y se pincha el dedo, ni le da tiempo para sobarse y mueve la aguja mostaza de oxidación con manchas escarlata, húmedas.
Le llamamos Pica a su hija porque lo dice El Jota, y supongo que Pica es buena, porque es envuelta en un paquete muy brillante. Brillante brillantísimo. Pica nace minuto a minuto, y cada uno es madre o padre de acuerdo a la mano que labore. Porque hebrar los cabellos y coserlos es fácil, pero latoso. Otros usan máquinas de tracatracatraca para coser su vestido moteado con rayas rojas. Uriel dice que Pica está mil veces más vestida que cualquiera que nosotros. Y que él hablase era raro, más raro desde que llegó aquí. Pica es protegida a capa y espada por El Jota, quien es nuestro supervisor-súperpegador y todas las cosas que pueden pasar cuando está rabioso o borracho (que carece de diferencia).
Sólo he visto a Pica una vez. La piel suave como corcho, la mirada frágil, fría y desubicada en su existencia. Dudo que haya hablado alguna vez, o tal vez sea como Uriel, quien desde que El Jota le haya zurrado en la cabeza no dice: Mi mamá me ama a mí, sino "mimamemamí" y por eso ni quiere evocar un sonido. Tiembla todo el tiempo, cuando lanza un respingo al pisotear con fuerza el suelo. Uriel susurró, en lo poco que he podido comprender, que las rayas rojas no siempre están y que son suplantadas por emblemas llamada Matta. El peinado de Pica muta al antojo de la temporada, y a veces debo coser más rápido, hebrar, hebrar y hebrar. En la otra mesa, gracias a mi facilidad, acaban más rápido dándole formas de rulo, lisa.
Y el pedazo de muñeca viaja a otro cuarto, nosotros ni podemos soñar con tener una Pica (porque al entrar lo único que vemos es Pica) para jugar o coleccionar. Eso sí, extraer una pieza de más es ganarse una paliza soberana, y El Jota es un especialista en dejar el dedo medio acariciando la mano, mas no la palma. Con golpe o sin golpe, se debe mover para comer, porque la comida es la comida, y ella es vida ¿No? Muñeca es igual a comida, si trabajas, comes. Lógica útil, a fin de cuentas. Sólo cuando llega el fin de semana, nos sacan al patio y chivateamos como queremos, hasta un límite: Tal vez una papita más que los dos míseros bultos mal cocidos, medio gramo más que las piedras que comemos por arroz, pero nada de radio o televisión.
Quien sí está resginado a esto es Uriel. Se queda laborando en el descanso y cuando volvemos hay montañas ingentes de piezas ya acabadas por él, quien sigue en la manía de las labores. Ese fanatismo, por el que yo discutía con él, llegó a verse amenazado cuando El Jota le miró como siempre lo hacía, luego de meses de observación. Fue hacía él y le detuvo la pieza.
- ¿Por qué no juegas?
Hebró agilísimamente hasta que su mal cálculo mecánica hizo que la punta de la aguja saliese de su uña parcialmente. De la cólera mordió su labio inferior hasta hacerlo sangrar y ni se atrevió a sacar la pieza incrustada. Sólo cuando tembló fortísimamente, comenzó a sudar sangre y cayó, golpeando a rodilla del centinela.

...
Cuando conocí a Uriel, tenía la nariz gruesa, el rostro rojizo y los cabellos ondulados, algo parecido a lo que había visto en Pica. Pero conforme pasaba el tiempo, su ligera gordura se hacía menos visible, los miembros menudos y los ojos vidriosos. Se palideció pronto y quedó una hora en cama porque El Jota ya le había convencido de las bondades de los trabajos: No ser golpeado. Dos veces peleó contra El Jota: La primera por la comida, motivo por el que su nariz se hundió, y la segunda por el trabajo, ganándose la habilidad de ser tartamudo por excelencia. Desde entonces las manos se hacía más hábiles, a la velocidad de una cuchilla matachanchos.
Como Uriel, los demás llegaron a rastras, con la mano limpiándose las lágrimas con rabia. A los pocos días, llamaban personas en la noche, personas que jamás vinieron. Porque a la voz de ¡Mamá, papá! El Jota miraba con la rabia de las guerras venidas y venideras y el odio encerrado lo liberaba en una metralla de puñetazos. Otros venían sin saber que hacer o como, con las manos izquierdas de sus madres, quienes con la derecha la alzaban cerca de El Jota, un tesorero, y recibían dos o tres billetes azulados. Luego eran sometidos y luego la palabra mamá se volvía tan grosera como decir puta.
Informe de Uriel, según lo que he visto:
Gustos: Trabajar. Odia relacionarse con las personas.
Odia: Perder el tiempo. El Jota.
Frase: Tra tra tra tra trabaja.
Conocimientos: Nulos, excepto en inglés, música clásica y literatura.
Habilidades: Hacerlo todo más rápido, tararear música.
Debilidades: Comete errores continuamente.
...
Está en un cuarto oscuro. Está en la Nada, que es la zona donde el que entra ya no vuelve. Cuando nos comportamos mal continuas veces, nos amenazan con enviarnos allí, pero es la primera vez que llevan a un enfermo allí. Pero si se nos da por tambalearnos cada hora, del sueño o del cansancio, y nada nos queda ¡Qué quedará! Uriel estará más que desesperado ¿Quién hará el trabajo de Uriel? Otro, de la zona baja que ya cometía errores garrafales, según El Jota, quien le quitó la ropa enfrente de todos y dejó caer su palo en la espalda con rabia hasta hacerle sangrar. El nuevo emitió un sonido gutural para reemplazar al llanto y se levantó débilmente, exhibiéndonos su miseria en la pìel: Múltiples cicatrices que le vestían mejor que los jirones de tela alicaídos y pútridos. Hebró los hilos con lentitud y pronto comenzó a tener el ritmo necesario. El Jota salió del lugar y con las hebras que dejó guardada Uriel se limpió la nariz y lloró con mayores decibeles...
Lo que sí fue diferente era la llegada de una tropa de hombres uniformados, semanas después de la llegada del nuevo al sector. Pronto cada uno se apiló a la pared y soltamos lo que teníamos en la mano, algo libres y lejos de la carga del trabajo. Pero al abrir la puerta de la Nada, una mirada que trascendía la tristeza de milenios se enfocaba en el policía que rompió la puerta mientras acariciaba el juguete. Bruscamente se movió sin parar y sin que los policías le detuviesen, porque al segundo siguiente, y durante los siguientes años, él nunca más volvió a hebrar.

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