martes, 13 de octubre de 2009

Cuento III: El ciudadano.

Prólogo: La literatura es mi pasión y este espacio lo usaré como laboratorio, aunque no sólo para la literatura. Si es de buena o mala calidad, eso no lo sé, pero me gustaría saberlo...

- ¿Quieres comer?- preguntó Cassë. El infante, quien iba a desencadenar su ataque, se calmó bruscamente y revisó la mirada áspera de la joven, quien ocultaba su temor.
- Vale- y caminaron.

La noche se tornó polar, lumínica en neón y por los fuegos de artificio. Cassë buscaba su antro preferido entre todos para sublimar el ataque del zagal hacia la comida. Luego de varias cuadras, do respiraba aromas nauseabundos y efluvios divinos, llegó al restaurante Marmony y fueron hacia el centro del lugar. Un joven se acercó hacia los dos y miró fulminantemente al petiso cuando le reconoció.

- Buenas noches ¿Qué desean?- Cassë dudó unos minutos y pidió un plato para dos, que costaba 16 soles. Sin embargo, el ladronzuelo se opuso y quiso revisar la carta, preguntando maliciosamente acerca de platos cuyos sonidos se acercaban a la palabra hermana, muerta, robo, cuchillo, noche. Luego de cinco minutos de discusión, se eligió un plato de 20 soles, sólo por la combinación de carne, vegetal y el sabor salado y dulce de algunas frutas.
- Vaya que tienes hambre -comentó la adolescente. Clavó sus ojos azules hacia el cabello rubio y la piel negrísima de su casi asaltante - ¿Cómo te llamas?
- No sé- y sacó una bolsa, respirando dentro plácidamente - yo te he chequeado muchas veces.
- ¿Me buscabas?
- Algo así.

Llegó el suculento mundo de piezas coloridas, efluvios orquestados magnificentemente, envidiable y extraño a la vez. Cassë optó por comer lo salado mientras él tragaba lo más dulce, cada vez más rápido hasta que llegó el lado salado del plato. Eructó y metió los dedos dentro de sus fosas nasales, usó el mantel para limpiarse e hizo chistes obscenos hasta ver el rostro de tomate de Cassë, avergonzada hacia el límite.

- ¿Jodida?
- No…
- Mientes- hundió su nariz dentro de la bolsa por segunda vez- te he visto y estás roja, tus nudillos quieren gomearme y no tienes novio.
- ¿Qué con que yo tenga novio?
- Rompiste con él.

Mordió sus labios. Quiso lanzarle un bofetón, pero su seguridad peligraba, dentro de su imaginario, si le atacaba ¿Él tenía tanta obsesión por ella que vio dentro de un cuarto cuya obertura era reducidísima? No lo creía. Pero tanta evidencia le llevó a pensar que la comida no paliaría su necesidad de dinero ¿Y si después de darle comida le robase? Tanta fue su desesperación, aunque aún más su carácter, que replanteó sus actitudes hacia él.

- ¿Y qué haces a estas horas tú, tan solito?
- Ese es mi problema.
- ¿Por qué tienes ese corte en la mano?
- Jugando, ya verá.
- ¿Cómo que ya verá?
- Simple: De vez en cuando, que es siempre, vengo a jugar en mi patio con otros, y sabrá que son tan jodidos que al final… Acabamos revolca’os, chaveteados, los lornas siempre caen tan fácil…
- Por eso tienes ese corte.
- Hazte la viva una vez más y… ¡Una coca por favor!
- Mesero, una Coca Cola.
- No, dije coca-replicó, acabó con los restos del plato y eructó contra la paz del oído. Sacó papeles diminutos que envolvían cosas aún más diminutas, abrió una de ellas e inhaló placenteramente su contenido. El mesero trajo la botella, aún con la mirada rabiosa y su encantadora habilidad para disimularlo, y vio los papeles que flotaban por el soplido del niño. Acabó por ignorarlos pensando que el niño habría de morir, y mejor si era prematuro.

Pronto, cada movimiento inquietaba a Cassë por un significado que apenas existía dentro de esa mente perniciosa, ocultada por una portada de monito delincuencial. Salieron (Cassë estaba al borde de huir, y él lo sabía) del restaurante mientras el sonido de las sirenas incrementaba en decibeles. Hizo un ademán de darle un puñetazo- Cassë chilló de un dolor imaginario, pero inmediatamente supo el significado de la treta – y se rió sádicamente.

- Gracias por la paila- gritó luego de inclinarse, burlonamente, como en una obra de teatro –la próxima vez te asustaré más- se retiró a pesar del ensordecedor sonido de las sirenas, voces y gritos soeces arrasaron con la paz mental de la joven y corrió hacia los callejones (irregulares, en la mayoría de casos) donde los rostros cortados y las mujeres de ligera ropa pululaban en montones. Al minuto siguiente (aunque había pasado media hora) oyó una implosión desde las otras cuadras, las que rodeaban su zona.
- Carajo, ni más vuelvo a hacer trabajos grupales- musitó al caerse, se odió por el cúmulo de ingenuidad que representaba a sí misma: Una reunión fútil (ello era a propósito) a una hora peligrosa en un lugar supuestamente limpio de chaperos y más especies del hampa. Mientras se levantaba, una sombra le cubría parcialmente el cuerpo.
- ¿Qué haces aquí?- aspiró más líneas de coca, esta vez con menores expresiones faciales – te van a cachar.
- No puedo salir.
- No es problema. Sigue al “father”.

Y todo el trayecto entre jirones y calles destartaladas (de media hora), él la acabó en dos minutos, con esos recovecos infernales que deprimen a los valientes y alimentan a los demonios del alma. Sonrió especialmente cuando vio la coaster que le llevaba a su casa, sólo que las luces azules comenzaban a cegarle.

- Toma- le entregó un paquete que cubría pocas monedas, pero pesadas – la puta dice que soy muy peque pa’ ella. A la firme, gracias por la paila.
- Alto, tú me has sacado de aquí. Me habría perdido si no fuese por ti. A esa Rachel la voy a matar por pendeja. De verdad me dijo que este lugar es tranquilo. Te juro que la voy a matar.
- Pues no te esfuerces, flaquita- chilló dulcemente mientras sacaba su sangriento cuchillo y colgado a éste había una esclava, demasiado familiar para Cassë- yo llegué primero, si no ¿Por qué los tombos están aquí?

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