sábado, 10 de octubre de 2009

El amanith.

Prólogo: Este capítulo es el primero (uno de más de cuarenta y tantos, que aún siguo escribiendo con placer) de mi novela-quimera. Está catalogada (según mi criterio literario, que es tan fiable como las promesas de Alan García) dentro del submundo inclasificable a primera vista. Pero como referencia, está dentro de los pilares de Rowling con Bayly y Camilo Cela.

Capítulo 1: Carne al por mayor.

La calle L’erein es la calle principal de toda la isla Dorianahashi, donde los wambalith, los reqcbith, los deambaqith y los amanith peregrinan para ver al amo y señor del domo Dorianahashi. La calle L’erein siempre está limpia de polvo –y cuando los visitantes aparecen, son limpiados para evitar ensuciarla –y de basura. Un reflejo que indica la importancia del cuidado al ambiente que ellos pregonan a todo el mundo, un emblema o ícono que enaltece el honor de los wambalith, la clase más poderosa del reino Ampara, donde la isla Dorianahashi es una de las más importantes.

Los reqcbith son los afamados, los que se hallan en la clase intermedia y alta. Son el poder material de los wambalith, ya que mientras los adultos wambalith ordenan, elaboran leyes y se encargan de lo más importante dentro del reino, los reqcbith administran ese poder ya que los wambalith no tienen mucho tiempo para hacer esas labores “mundanas” y engorrosas. Los reqcbith supervisan cualquier proceso ocularmente y controlan a las castas más bajas: los deambaqith y los amanith. Pero, entre las castas más bajas de todo el reino Ampara, los deambaqith tienen más derechos y obligaciones que otra casta, son privilegiados a su modo, sienten que su trabajo es importante para el desarrollo de una sociedad, y no estaban equivocados, sus cuerpos son, genéticamente, más fuertes que los reqcbith y wambalith, pero eso no significa que haya excepciones en algunas zonas del reino, donde los alimentos que recibían reducían sus esperanzas de vida.

Y por último estaban los Amanith, los seres más –según las demás castas – asquerosos y repugnantes que alguna vez existieron. La madre podía procrear más de once hijos en un parto, pero nunca sobrevivían más de ocho. Es raro ver que un amanith sienta la necesidad de bañarse, y lo que es más raro, ver que no se peleen entre ellos –porque solucionan todo a punta de violencia extrema –aunque sea por fruslerías. Ellos estaban vetados de ver el rostro de otra persona de casta superior, por lo que su espalda está casi siempre encorvada, tampoco podían ir a los barrios de las castas superiores, a menos que un wambalith, reqcbith o deambaqith les tenga como esclavos. No son personas muy organizadas, ni mucho menos intelectuales, tanto así que leer por más de unos segundos les puede ocasionar un dolor de cabeza que no pararía hasta la siguiente semana.

Sin embargo, cuando se celebra la fiesta del emperador, todos se olvidan de la pertenencia de su casta y festejan la llegada del amo y señor de las once islas del reino Ampara, Uzzet Dóngod, el último descendiente de la dinastía Dóngod, dinastía caracterizada por esclavizar a los amanith luego del ataque de uno de ellos hacia Su Majestad Béh Dóngod, el tatarabuelo de Uzzet Dóngod, como protesta por haber derrocado a Amos Rem, el último de la dinastía Rem, quien era el dueño legítimo del trono.

– Da’lember –vociferó su madre mientras se vestía cerca de un charco, de su casa salió un hombre semidesnudo, quien sonrió a la madre de Da’lember –trae a tu hermano.
– La próxima vez lo haremos más lento –musitó el hombre de piel morena, quien le besó en la boca, la madre le desvistió y se desvistió.
– No, lo hacemos ahora –ordenó ella mientras entraban a la casa, luego miró a Da’lember – ¿Qué miras? vete y haz lo que te digo –añadió mientras una mano acariciaba su seno, cerró la puerta y comenzó a emitir gemidos.

Da’lember pisoteó las plantas que rodeaban su casa, la de pétalos negro y morado, esas que hacían recodar al amante de su madre. Orinó sobre las plantas y sonrió, luego se levantó el pantalón y corrió hacia La Pulvatta, el barrio más concurrido entre los amanith. Da’lember miró una de las casas de sus vecinos, piedra mezclada con calicanto y hechas con base de madera débil para construcciones de ese tipo. Se apoyó sobre la pared de la casa ajena y silbó varias veces, así se sentía el dichoso ser de toda La Pulvatta, un hombre entre la mierda de las rameras y la de los hombres. Cerró sus párpados y bostezó tres veces, las necesarias para que se durmiese rápidamente, como siempre lo hacía cuando su madre traía a otro hombre antes de las diez, a las diez y quince, a las diez y cuarenta, a las diez y cincuenta, a las once, a las once y quince, a las once y media, a las once y cuarenta, a las once y cincuenta, a las once y cincuenta y nueve, y el proceso sigue repetitivamente. Así Daxokü – su hermano número veinte, el único sobreviviente luego de la camada–y él no podían dormir como debía, no se acostumbraban a los gemidos de los amantes, menos a la borrachera que el hombre sufría hasta las altas horas de la noche del día siguiente, o a los golpes que la borrachera ocasionaba.

– ¡Qué lindo! –musitó la dueña de la casa, quien agarró una olla con agua caliente y la lanzó contra Da’lember, quien sufrió las quemaduras inmediatamente, profirió insultos mientras se agarraba la piel, chillaba desesperadamente, lloró y se retorció simultáneamente –para que aprendas a no dormirte en mi casa –añadió mientras le lanzó su fría orina.

Da’lember intentó calmarse luego de diez minutos al ser mojado con agua hirviente, se cubrió la piel con la tierra –la muy curativa, según las madres –húmeda y con un poco de arena. Intentó quitarse la ropa, pero sintió el intenso dolor de la piel que sale junto con la ropa, gritó y vociferó hasta que su madre saliese con una sonrisa, la que sólo aparecía luego de una “bella” experiencia sexual. Su madre le vio con las heridas y las quemaduras, agarró su muñeca y le abofeteó varias veces ¿por qué no me obedeces? por eso te pasan estas cosas ¿no? mami, no me digas esto que me duele mucho ¡ay, papito! esto te pasa porque no obedeces ¡toma en tu trasero! ¡No, mamá, no! ¡Qué pena! toma por no obedecerme ¡mamá! no me hagas esto. Le arrancó toda la ropa que se pegó a la piel, y con ella, parte de la piel de su pecho y de sus piernas. Da’lember chilló durante diez segundos, y luego de ese tiempo, se desplomó por el desmayo sufrido, apenas se le podía reconocer, y sería más fácil de no ser por el rostro descompuesto, las heridas que se extendieron por doquier y las ampollas que nacían inmediatamente.

Antes de despertarse, Daxokü estaba tocando la música que él mismo había compuesto para Da’lember, quien oyó la armónica en cadencia cuando se despertó, luego en semicadencia, subió a la anticadencia… suspiró varias veces mientras creía sentir el dolor de las quemaduras, pero ese dolor se había retirado, de hecho, sí estaban las heridas, pero el dolor no se sentía. Daxokü siguió tocando la pieza sin parar, sabía que si paraba, Da’lember sentiría el dolor de la quemadura ya que su melodía separaba la sensación del dolor de quien lo sienta, y eso significaba que él también perdía sensibilidad. Apretó el cuello de su hermano hasta estrangularle ¡Por tu culpa me han quemado! Gritó Da’lember mientras veía como sus heridas eran cubiertas por algunas ampollas, le dio un manotazo en la boca y le pateó, pero Daxokü no paró de tocar la melodía, aun cuando sus labios sangraban ¡Contéstame! Chilló mientras agarraba una piedra, la que llegó a estrellar contra el rostro de su hermano. Da’lember, irritado al ver que Daxokü no le contestaba, le tiró la piedra en el ojo y la hundió múltiples veces, sintió el placer –extraño placer que se mezclaba con el odio y la tranquilidad posteriormente –de ver humillado a su hermano, pero pronto su tranquilidad fue socavada por la lástima que sentía hacia su hermano, y luego de reflexionar, supo que él tocaba música para ganar dinero, que su madre le llamó por capricho, que él se hizo el culpable de dormir en la pared de su vecina, culpable de ser quemado por la mencionada. Soltó la piedra y abrazó a su hermano menor, quien sangraba copiosamente, le quitó la armónica y comenzó a llorar ¡No merezco que toques tus melodías para mí! Sollozó Da’lember mientras retiraba la sangre del rostro de su hermano, besó su frente y le acarició la cabeza, pero siguió llorando por el agujero que tenía por la ausencia del ojo. Daxokü agarró su armónica y comenzó a tocar otra melodía, muy diferente del anterior. Da’lember cargó el famélico –aunque su cuerpo también mostraba signos de extrema hambruna –cuerpo de Daxokü y le abrazó mientras volvía a sentir la anestesia auditiva, jugueteó con uno de sus cabellos blondos hasta sentir el sueño que requería –y que requeriría para no sufrir tanto el insomnio de esta noche –junto con su hermano.

– ¿Cuánto me darás por Daxokü?
– Cien bets.
– ¡Cien bets!
– Y por esa niña.
– Es niño, se llama Da’lember… pero ¿a quién le importa?
– Por él te daré mil bets.
– ¡Mil, mil bets!
– Te los devolveré en la siguiente semana.
– Ya, y ¿mi dinero?
– Toma.
– Ay, dinero, amado dinero.

La conversación hizo que los hermanos se despertasen, y no es que fuesen sensibles al ruido, sino que la voz de los adultos se hizo más fuerte desde los gemidos –siempre fingidos –que Amadora, su madre, siempre elaboraba para atraer a los hombres que vendrían tarde o muy tarde, nunca temprano, y es que Amadora no cree en la monogamia –como poquísimas mujeres, que son tomadas por rameras, pero no por eso odiadas –sino en el placer de ser el todo para todos. Daxokü y Da’lember sintieron la mano fría y áspera de un hombre de piel blanca como la de los majestuosos caballos que son exhibidos, aguerrido como un oso y lleno de heridas como cualquier maleante que no haya conocido de estética corporal. Apretó sus muñecas y les arrastró fuera de casa, los dos intentaron zafarse de su mano, Daxokü intentaba golpearle con su armónica mientras Da’lember hacía fintas de morderle desesperadamente. El hombre les pateó desesperadamente, el mayor intentó liberar a su hermano del ataque, pero recibió un puñetazo en la cara, ocasionando la ruptura del tabique. Da’lember se aferró al hombre mientras daba unos golpes que más parecían caricias o masajes.

– No quiero perder mil cien bets en vosotros –gritó el hombre, quien dejó que fuese golpeado por Da’lember, luego estrelló el cuerpo del hermano mayor contra el suelo –tus heridas se abrieron ¡qué pena!– añadió mientras oía el llanto de Da’lember, un quejido más que lamentoso y efímero ante el ademán de otro manotazo.

Las tapias que fueron vistas por los dos críos parecían perder la vida que alguna vez tuvieron, una deformidad por el tiempo que golpea a todos por igual. Rihan comenzó a murmurar algunas palabras mientras apretaba la mano de Da’lember –mano con pústulas y charco sangriento –para saber que no se desmayó por el dolor. Daxokü tocó otra melodía para menguar el dolor de su hermano, la que daba la sensación de ser atravesado por algún hilo en la nuca, que llega a reconfortar a cualquier y que hace olvidar los problemas de los demás. Rihan le quitó la armónica y la tiró contra la jarra de un reqcbith, cuyo dueño salió para replicar por los daños ocasionados, la barbarie que los amanith siempre cometen, las canalladas y su asquerosa forma de vivir, sin pudor y sin vergüenza alguna, pero Rihan se limitó a decir que la armónica no era suya y que los niños no son suyos. El dueño de la jarra le quitó el poder de los niños y les repartió zurras e insultos, sus hijos se acercaron e hicieron lo mismo, el público que caminaba también se sumó a la causa de castigar a los mocosos bastardos, los que no respetan el derecho de ser alguien honorable. Rihan se acercó hacia los niños, quienes estaban moribundos, y les cargó hasta el estero del Uve para que no fuese más difícil la caminata, pero se ensañaba con meter su dedo en las llagas de Da’lember hasta hacerle desmayar otra vez, o meter agujas en los brazos de Daxokü hasta el hartazgo.

– Si intentan escapar, lo que han sentido no será ni la décima parte de lo que sentirán –advirtió Rihan mientras sacaba un estilete de su bolsillo, les hizo una marca en la cara para que todos reconozcan que ellos están a su control total –y ni crean que nadie sabrá que son míos –añadió mientras pasaba su dedo sobre el corte de Daxokü, chupó la sangre y suspiró –¡qué problema! sin factor Rhesus –y luego de decir esto, se alejó del cuchitril y cerró lo que parecía ser una puerta.

En la mañana siguiente, Rihan entró mientras sacaba dos pastillas, les zarandeó y les obligó a que tragasen la pastilla. Forzados como nunca, probaron la pastilla –un error común ante quienes nunca han probado el sabor de las pastillas –y comenzaron a toser, pero no demoró en hacer efecto. Daxokü intentó levantarse, pero apenas podía arrastrarse “funciona muy bien” comentó mientras agarraba la tierra del suelo y la untó sobre la faz del niño, le desvistió y untó cada parte de su cuerpo junto con su orina para darle más aspecto de lástima, un impacto visual chocante. No hizo lo mismo con Da’lember porque sus heridas le daban más impacto visual que la tierra y la orina en Daxokü. Da’lember tampoco pudo levantarse por más que él lo intentaba, Rihan les explicó –mientras hacía una mueca burlona– que así no podrían escapar, que sus labores se reducen a la mendicidad y que deben traerle dinero inmediatamente, así tengan que venir moribundos “y mejor para mí, porque hará que los demás tengan lástima de ellos, sin importar si son amanith” añadió luego de sacarles a punta de patadas del cuchitril, Da’lember gateó mientras sentía la fría y húmeda tierra donde vivía, fue en ese momento cuando vio a su mamá “mamá” gritó Daxokü mientras sentía una patada en el muslo, intentó reponerse, pero terminó desplomándose sobre el fango. Su mamá le miró despectivamente y le pisoteó la cabeza hasta hundirla en el fango mientras Daxokü hacía el esfuerzo por no ahogarse.

– Debería criar bien a sus hijos –murmuró la madre fríamente mientras insistía en hundir la cabeza de su hijo sobre el fango.
– Es que este niño no entiende –asintió Rihan mientras rompía la ropa de Daxokü, la envolvió y limpió los pies de la madre – ¿Está contenta? Ya mi hijo tiene mucho castigo –añadió.
– Bien, pero que no se repita –sentenció, dejó derramar el contenido de la vasija sobre Daxokü, luego se perdió entre la vegetación del lugar.

Si hay una calle que se le parezca a L’erein, es la calle Oba, transitada normalmente por los wambalith– no por alguna exclusión racial, sino porque nadie podía comprar lo que se vendía, excepto los wambalith y los reqcbith, donde los comercios son los más desarrollados en casi toda la isla, con excepción del aeropuerto de la isla. Todas sus entradas son vigiladas por guardianes mal pagados, de tez clara como la leche y cabellos entre rojos, negros y rubios, cuyas edades frisaban entre los veinte y cuarenta años. Sus uniformes indicaban que trabajaban para la isla Dorianahashi, un emblema con dos A, una de ellas se une a la otra, pero está invertida. El lugar está rodeado por muros de sesenta metros de altura, de modo que no podía ser escalado sin ser visto, aun así, si alguien intentaba escalarlo, terminaba cocinado por los millones de voltios que paseaban dentro de las murallas –falsas de piedra. Por esa razón no era raro ver niños o animales carbonizados, lo que sí era raro era saber que ese niño fue wambalith, reqcbith o deambaqith.

Las calles cerca de los guetos de amanith siempre indicaban suciedad extrema, o un mundo sucio que no se debía recorrer, pero también tiene sus excepciones, y la calle Oba es una de las excepciones. La calle Oba tiene la particularidad de ser la primera calle construida, y por ser la primera, las demás son el modelo de la calle Oba, y como la calle Oba no para de estar limpia, las demás no permiten ser ensuciadas fácilmente.

Los vendedores siempre fueron los de antes: el cabello castaño, ojos de mil años antes de la muerte del último de los Rem, la espalda no encorvada y la piel como chocoteja –un postre muy común, hasta en los amanith. Sus anaqueles nunca dejaban de estar limpios, nadie vendía algo que el otro tuviese porque todos se jactaban de ser originales en sus ventas, en sus cálculos y en todo lo demás. Pagaban sus tributos inmediatamente: el gobierno no perdona a quienes se demora. La compra de un cliente – siempre se vendía algo, al menos seis veces al día –equivalía al tributo del mes, de modo que ellos nunca se veían en aprietos cuando hacen sus negocios. El nombre para atraer clientela, si bien no es controversial del todo, se parece bastante a los métodos que los humanos –una raza ya muy extinta en esos tiempos –usaban para atraer la atención de sus posibles y potenciales compradores –o esclavos.

Rihan sacó unas monedas –el sistema bets –para sobornar al mal pagado guardián, quien no dudó en escupir a Da’lember bien, espero que hagan bien su trabajo no sé como hacerlo ¿no sabes? fácil, sólo pides dinero, nada más ¿y si no me dan dinero? no, la pregunta debería ser si no me traes dinero, y os digo que si no me traen dinero, alguien va a tener que pagarlo, así sea con su cuerpo y luego de decir esto, Rihan se perdió entre la muchedumbre. Da’lember dejó de llorar mientras resollaba, su hermano apenas silbaba, lo único que podía distraerle del dolor y los pisotones de su madre.

– ¿Y las personas?
– Con su dinero –demoró en responder Da’lember mientras se secaba el rostro con avidez, se apoyó con una varilla de metal que alguien dejó. Besó a Daxokü en la cabeza y le ayudó a levantarse lentamente.

Los adolescentes wambalith caminaban pausadamente mientras usaban el U9, un aparato que sirve para comunicarse con otras personas, algo así como el teléfono móvil para los humanos en su época, con la diferencia que la comunicación no sólo era sonora, sino visual. Su moda consistía en carecer de una porque ser originales hace que uno sea él mismo y no otro, algo que –según las palabras del historiador Wessijback So –los humanos nunca aprehendieron cabalmente. Da’lember miró a uno de los wambalith y observó el U9 color escarlata con botones cromados, se acercó al joven sin despejar su mirada del artilugio.

– ¿Qué querrá este bebé?
– Te robará el U9.
– No, señor.
– Baja la mirada, perro… así me gusta, ahora, largaos a otra parte.
– Sólo quería…
– ¡Quería! Mirad, chicos, el crío cree que puede querer algo.
– ¿No sabes con quién te metes?
– ¿O quieres que nos metamos dentro de ti?
– Yo…
– Además ¿quién le permitió entrar aquí? la calidad de lugar se perderá si es que estas lacras se quedan aquí.
– No vengamos otra vez.
– Y los demás lo sabrán.

Cuando las palabras de los adolescentes llegaron a los oídos de uno de los mercaderes, expandió la amenaza con el grito que alguna vez quisieron emitir, los comerciantes cerraron sus puestos y salieron rápidamente, no querían que los jóvenes dejasen de ser sus clientes o podría quebrar más de un negocio, y es que la competencia es buena porque de ellos se aprende y perfecciona. Luego, se reunieron algunos reqcbith, quienes formaron un círculo, donde todos llenaban sus expectativas en ver algo fuera de lo común o ver algo que ellos consideran “digno” y valiente. Los jóvenes hicieron una diatriba sobre la presencia de los amanith en la zona su asquerosidad rebasa el límite del pudor, la honorabilidad y el desarrollo del homo mega sapiens gritó indignadamente uno de ellos mientras las personas sentían que la verdad estaba dentro de sus bocas, los comerciantes fueron forzados a aceptar los términos de los jóvenes: sacar a los amanith inmediatamente e impedir su ingreso, excepto si fuese esclavo de un reqcbith, deambaqith o wambalith y estuviese junto con él. Los niños fueron desalojados – ¿O debería decir, escaparon?– del lugar, no sin antes haber recibido la mar de insultos, patadas, zancadillas, puñetazos y pifias por parte de los demás.

– Así van a darme dinero –comentó Rihan luego de levantarse de su cama, bostezó varias veces y miró a Daxokü, quien todavía estaba en shock –y alégrate que no lo haya repetido tantas veces, a diferencia de tu hermano –dijo ásperamente mientras señalaba a Da’lember, quien no paró de llorar desde hace una hora.

Rihan buscó algo de ropa entre su cajón de cedro y las cajas de cartón que usaba cuando las personas venían de vez en cuando, la halló y la dejó sobre un banco de cedro. Caminó hasta lo que parecía ser una ducha sin paredes ni cortinas, levantó el balde cargado con agua y se bañó rápidamente, Da’lember corrió hacia la puerta e intentó salir, acto seguido, Rihan miró lo que hacía Da’lember, secó su piel y se acercó hacia el niño ¿quieres salir? no podrías porque la puerta está asegurada para que nadie salga sin la llave e inmediatamente le dio un manotazo en la cara. Se perfumó y tarareó una canción mientras Daxokü silbaba para calmar a Da’lember. Rihan se vistió rápidamente, cerró los ojos lentamente y comenzó a dormir.

– Salgamos.
– Pero si nos escapamos…
– Lo mismo dará si no lo hacemos.
– No quiero que nos pegue.
– Y no lo hará, de eso estoy seguro.
– Y ¿dónde está la llave?

Da’lember miró los ojos jaros de Daxokü, todavía estaba molesto consigo mismo por no haberle protegido como debía ser, aún sentía la tenebrosa sensación de sentir una violencia que no se ve, pero sí se siente, o si se viese, no con todo su “esplendor” traumático y real. Limpió sus dientes con su dedo pulgar y comenzó a chupárselo rápidamente, aún tenía la mente ocupada en el recuerdo más vergonzoso que mantenía luego de ver a Rihan pegado al cuerpo de Daxokü. Apretó sus dedos e hizo un puño, resolló y trató de calmarse buscaremos musitó luego de sonreír, los dos escudriñaron todo el lugar hábilmente, bajo la cama, dentro de las tinajas, dentro de la cama y cerca del cuerpo que tanto mal había hecho en menos de dos días. Lo que sí hallaron fue el estilete, el mismo que fue usado para hacerles la marca, Da’lember lo examinó como si fuese una reliquia, miró el mango y observó las marcas que nacieron por su uso, aunque nunca se preguntó la causa de las marcas. Permitió que Daxokü lo observase con cuidado, no quería que fuese herido por algún truco que pudiese hacer el estilete, pero Daxokü le quitó el objeto y se acercó hacia Rihan, en ese momento alzó el estilete e intentó atacarle mientras parecía tan calmado –y ¿por qué no? inocente –de modo que no parecía lo que realmente era, pero Rihan abrió los ojos y agarró la muñeca del niño, la torció hasta que se escuchó el tronar de la fisura del hueso, lo que ocasionó los continuos gritos de Daxokü, quien veía su mano en posición inversa bien, parece que alguien no valora su vida ¿o sí? se nota que son hijos de amanith. Da’lember agarró la tinaja más cercana y la estrelló contra el brazo de Rihan, quien apenas sentía un dolor en el brazo, pero su mano sí había recibido un impacto mayor ya que la puntería de Da’lember no era tan buena como esperaba. Aún así, Rihan soltó el estilete, e inmediatamente Da’lember recogió el arma y le cortó las piernas ferozmente. Rihan le levantó bruscamente y estrelló su puño contra la faz del crío varias veces no, niño, no es bueno jugar con armas de mayores, y luego de decir esto, estrelló el cuerpo de Da’lember contra la pared.

– Eres un tonto –comentó Rihan luego de apretar sus nudillos, se acercó hacia Daxokü y le torció el brazo derecho, la mano izquierda y el brazo izquierdo –deja el estilete y quítate la ropa, que esta sí que no la toleraré – añadió mientras ignoraba los gritos del niño, quien perdió la mirada de infante, más cuando Rihan perforaba sus metacarpos a punta de feroces dentelladas –vamos, no tengo todo el tiempo.

Aun cuando se pierde la noción de la realidad cinética-tiempo-espacial, siempre queda el desecho de los actos, por más aburrido o traumático que sea. Da’lember sintió la ida y venida de los movimientos, la lluvia de germanías que algunos entes declaman ante el súbito placer corpóreo, la mirada piadosa de su trastabillado hermano, quien musitaba la letra de una canción que no existía. Da’lember creyó, mientras sentía el movimiento brusco de otro cuerpo, que si su madre le había dado la vida era porque no tenía otra cosa mejor que hacer. Rihan terminó de jadear y emitió varios suspiros, una sonrisa y varios insultos, miró a Daxokü y volvió a torcer sus miembros, esta vez para regresarlos a su orden normal, lo que volvió a ocasionar sus alaridos

– Es tu turno.
– No, déjele por favor.
– A ver, a ver, me intentan matar y ¿Me pides eso? Son descarados.
– Nos trata mal.
– A tu mamá ya le pagué para que me apropiase de vosotros dos, no responderé por sus juegos, pero no toleraré sus errores, si me costaron plata, me darán más plata, y si no me la diesen, sabrán que tan malo puedo llegar a ser, hasta ahora estoy tranquilo, chicos. Y no, no cederé a tu pedido que no tiene fundamente, pero ¡Si son niños! Si no sirven para las cosas de la casa, deben servir para algún negocio, y me vería mal si intentase ahogar mi negocio por un impulso mío, como el matarles, yo no les mataré, no perderé dinero, pero tampoco se las dejaré tan fácil.
– Yo, yo le reemplazaré.
– Niño, tienes mucha suerte –comentó Rihan mientras miraba a Daxokü, quien apenas oyó las palabras de su hermano –te envidio por tener un hermano tan bueno, y tan tonto.

Cuando Da’lember se acercó hacia Rihan, quien estaba agachado, miró el estilete, y en una fracción de segundos, lo agarró y desgarró el cuello del adulto, quien hubiese impedido el ataque de no ser porque las heridas de la pierna le hicieron sentir una punzada que no había sentido minutos antes. Daxokü dejó de llorar y se petrificó al ver como Da’lember seguía cortando lo que quedaba del cuello de Rihan hasta separarlo totalmente del cuerpo. Lanzó el estilete hacia la pared y se acercó hacia Daxokü, quien estaba temblando por lo que vio.

– ¿La llave?

Da’lember levantó una tela delgada que se hallaba bajo el charco de sangre, y mientras la llave giraba de izquierda a derecha, de norte a sur y viceversa, los dos sonrieron. El primogénito despedazó la ropa de Rihan –en sus bolsillos halló más monedas de las que podía contar –y cubrió las heridas de su hermano, luego las suyas y el resto lo usaron para cubrir sus rostros parcialmente.

Y mientras la luna llena mostraba su belleza, los dos salieron del cuchitril.

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