jueves, 24 de septiembre de 2009

Poema I: En el nombre de Caos.

Lima es el centro del mundo, zona increíble. La paradoja limeña resume muchas cosas en pocas construcciones, imágenes. Si soy insultado por lo que escribo, que va, no puedo ser complaciente con todos.

Amo las calle de Lima como deben morirse las flores,
Que inflan mi alma hacia mi narcisismo, yo soy Dios,
y en ese engranaje de tautología, me hundo.

Amo las calles de Lima como el reggaetón es nuestro himno nacional. Que de los maleficios que puedan mandarnos nuestros enemigos, ese sería el más cercano, luego de la salsa húmeda en esperma y la cumbia moderna nuestro blasón, que de ser así nos faltaría el título de gran miserables.

Amo las calles de Lima, sobre todo en su hediondez de medio milenio, el peatón meón, los museos polvorosos, las prostitutas de Babilonia en sus curules, la escultura hacia el conquistador analfabeto, estatuilla Ignobel hacia la inteligencia, además de su cultura a los irresponsables, corruptos y sin esperanza en lo palpable, la vida.

Odio las calles de Lima por su exhibición de libros, libros que asesinan la ceguera del plano intelectual, las construcciones que nos hacen ver que tenemos pasado, tenemos vida, tenemos alma, y que pretendo deciros que me trago la lima, mía.

Odio las calles de Lima por su dulzura a currículum vitae, el bagaje de nuestros conductores, que han tragado su salino polvo de la carretera hacia la tierra prometida del perrito con esposa e hijos incluido, pero que sabiamente pueden debatir, ideas o vidas.

Odio las calles de Lima porque muestran una vida linda, hermosa, curiosa, misteriosa, creíble, fuera de lo mítico, aunque fuese más irracional en sus andares que los mitos de muchos estafadores.

La unión del idiota que proclamaba ser Lima, que Lima era un whitechap afeminado en cóndores alados, periodista mediocre y el único que tragó caca creyéndose un aro para su diamante, antes de morir. Él es fragmento de la opulenta franja.

Pero también es mi patio de juegos, do uno se revuelca contra las palabras, la moral, la amadísima frase de los filósofos “de verdad” es trastocada y violada con placer, aunque no quisiera verla en paños menores, mi amada calle muestra sus facetas que conquistan un retazo ibérico.

Lima, la bella, Lima, la fea, Lima, la horrible, Lima, la todo, que nos embarga nuestro raciocinio y satura la fealdad comparándola con la fermosura de un Picasso, porque la Lima que odio, abjuro, maldigo, rechazo y fustigo, es mi Lima, y que si no fuese por otra Lima, no tendría donde lanzar mis insultos.

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