domingo, 13 de septiembre de 2009

Cuento I: Salvando a Boqqé.

Prólogo: Este lugar existe para experimentar, y la literatura no es ajena... Amo mi cuento, aunque no afirme si es de alta calidad o no.

Salvando a Boqqé.

¿Más lluvia? ¿y por qué debería sorprenderme? no es que me queje de la lluvia- amo sentirme húmedo cuando me siento cansado- pero en estos momentos, mientras debo andar con una rama, no me conviene pisar barro, caminar me es más que difícil. Si añado el golpe que mis oídos sufren cada segundo y el frío que cala mi cuerpo, podría olvidar mi búsqueda para que busque un refugio eterno, no obstante ¿acaso no debo buscar a un hablante? Osseb me dio la orden de buscar y encontrar a alguien que me enseñe español y escribir lo que queda de mi cultura, todas las tradiciones que Osseb quiso que aprehendiese para que no muera conmigo, mi lengua, los rituales, el cantar de los cantares… Y pensar que mi hermano también me ayudaría en expandir nuestra cultura.

Éramos quinientos, un grupo muy grande, muy y muy grande. Nosotros teníamos el río Eleusis como un aliado que podía traer comida, como peces rojos, que es muy pequeño, la chirac y el burú-dadá, que es muy grande, pero no tanto como nuestro río. Para pescar los peces rojos y la chirac, usábamos redes hechas con algodón, pero para atrapar al burú-dadá se necesitaba unos veinte o treinta hombres ya que se zambulle y ataca con sus mordiscos, aunque es muy tranquilo. Si alguien se enfermaba, usábamos la planta madre: el djinzoo, aunque sólo era usado por los médicos más preparados entre los más preparados porque curaba todo y con extremada eficacia, rápido y sin dolor, a diferencia de sus hijas, que cualquiera las puede usar y demora un día en ser curada la persona.

Cuando el clima se tornaba inverso a nuestros propósitos- es decir, si llovía cuando ya ni era necesario o había sequía de muchos años- relato que Osseb me contaba y que pasó cuando él fue niño- requeríamos llamar a nuestro amo y señor. Nadie sabía su nombre, tampoco había forma de nominarle, apenas podíamos alterar nuestra forma de hablar cuando queríamos parlamentar algo de él, sus hazañas, los hechos pasados, la batalla por el control celestial, el exilio de sus hermanos que vagaron en la tierra y perecieron. Para llamarle, bastaba hacer un círculo con figuras extrañas y recitar el cantar trescientos dos del cantar de los cantares: un cúmulo de cánticos que todo niño debe saber cuando tiene diez años- en el caso de las niñas, a los ocho años. No se le debe llamar más de una vez cada cinco años, y quien recitará las primeras palabras no volverá a hacerlo otra vez. Y ¿si lo recitase? ¿Por donde comienzo? Es difícil decirlo en mi lengua, supongo que con el español será más fácil.

Todos contribuíamos a todas las labores que fuesen necesarias. Si tal persona necesitaba un hijo, siempre había alguien dispuesto: no había problemas con saber quien es mamá o papá de tal y cual, total, los adultos cuidaban a los niños indistintamente de ser su hijo o no, de hecho, ni le importaba si era o no era su hijo porque todos trataban a los hijos como debía ser. Las niñas aprendían más rápido que los niños, lo aprendían mejor y más rápido. A los tres años, debe olvidarse de jugar para ver todas las labores que los adultos hacen, ya sea la pesca o la cacería, el aprendizaje de los cantares o los cuentos que Osseb siempre relataba cuando ya era hora de dormir. A los seis años, ya se tenía experiencia para cazar pescados de casi todos los tipos, pero se prohibía su ayuda en la caza del burú-dadá porque su inexperiencia tenía que ser reducida con la observación hasta los nueve años. En cambio, los niños recién aprendían a hacer algo a los diez años, que era aprender los cantares y cazar el burú-dadá, siempre bajo la supervisión de una niña de su misma edad ya que sus juegos les preparaba- sin saberlo- para los habituales movimientos que el burú-dadá hacía a la hora de evadir o atacar con su cola o sus dentelladas con fuerza férrea. Es por eso que la vida de la niña era más traumática al principio y luego se hacía divertida, mientras que la del niño se extiende la diversión hasta los diez años y luego sufría por su inexperiencia, y ese dolor debía retenerlo para sufrir la presión que sus antepasados tuvieron cuando se tenía diez años ya que debía apreciar la labor de la mujer como algo inseparable de cualquier hombre, pero- lejos de la relación con cualquier mujer- para mí ¿qué clase de misión es la de no dejar morir mi cultura? una muy grande para mí, más difícil que no morir por las dentelladas del burú-dadá que se tragaba a uno o dos niños al mes. Osseb mandaba quien hacía quien, algunas veces las mujeres cazaban- donde las posibilidades de éxito aumentaban notablemente- y otras veces los hombres, quienes pasaban más tiempo cuidando el territorio o fabricando armas para la pesca, o también se dedicaban a enseñar a las mujeres y a los hombres que hacer ante tal caso, que hacer en caso de un golpe de cola, como usar la sangre del animal para usarlo como brebaje dulce y repleto de nutrientes, o sino como posible cebo para la futura caza de burú-dadá.

Si alguna mujer quería casarse con un hombre fuera de su tribu, el hombre debía hacer, en una semana, todo lo que nosotros hacíamos todo el tiempo, y si tenía éxito, el pueblo le daba lo que se tenía a la mano: arma contra animales, redes, carne de burú-dadá, unos vestidos que las niñas hacían y una corona de mapángaramayo, una planta que, en contacto con la uña o el cabello, botaba un aroma imposible de disiparse. Pero eso no había pasado hace más de cien años antes de esto… cuando una persona nacía, el igmerín, o niño designado por los ancianos, debía recitar el cantar número seis más una estrofa creada por el niño, y si una persona moría, la suhmerín, o niña designada por los ancianos, recitaba el poema treinta más dos versos, luego el cuerpo era incinerado y las cenizas debían ser comidas en el reburhú o cena de ceniza, donde la comida principal debía estar llena de especias en polvo y mezcladas con las cenizas del muerto. Cuando alguien era asesinado de modo que era imposible recuperar su cuerpo, quien le reconociese como madre- o en su defecto, la primera mujer que le reconozca como tal- debía declamar el poema treinta y uno más un verso, que acababa con el nombre del muerto.

Lo mejor de mi pueblo era la candidez y la amabilidad, si alguien ajeno a nuestro pueblo llegaba extenuado, había fiesta y, si se hallaba herido, se le quitaban sus trajes para darle otro mientras se lavaban los que llevaba. Como esas personas hablaban cualquier idioma, menos nuestra lengua, nosotros bebíamos las aguas del río Eleusis, que nos daba conocimientos de lengua, sólo bastaba con oír unas palabras para que se pudiese hablar con fluidez, cuyo efecto era temporal, lo cual hizo dependiente a mi pueblo de las aguas del Eleusis cuando algún visitante llegaba. Nos encontramos con alemanes, peruanos, españoles, algunos brasileños que escapan de sus tierras porque un monstruo se llevó lo que ellos ahora llaman infierno.

Eso que ellos llamaban infierno, yo sólo tuve la oportunidad de llamarlo casa porque no me quedaba de otra. Llegaron unos hombres vestidos de blanco, cuando les recibimos, ellos nos hablaron de unas cosas que son capaces de detectar piedras raras con unas armas que no mataban, pero que se veían estupendas con su fulgor cuando la luz cenital llegaba a su máximo esplendor. Les dijimos que pueden sacar lo que ellos querían, pero con la condición que nos ayuden sí o sí porque si nos quitaban algo, necesitábamos retribución, y ellos nos dijeron que sí. Pero ¿alguien sabe cuál es el problema de los recién llegados? que pueden contagiarnos de maldiciones de sus países, por eso algunos- los más aptos- sobreviven ante esos dolores ¡y vaya que son dolores! no podemos usar el djinzoo todo el tiempo, y muchas plantas nuestras no podían contra esas enfermedades que tanto mal nos hicieron. Pero eso no era lo peor, mientras ellos buscaban lo que querían, nuestra pesca comenzó a disminuir notablemente, sólo para graficar lo que pasaba: cuando un niño fallaba en la pesca, recibía recordatorios con más clases de pesca, pero al no obtener pescados durante días, lo que ya era grave, se endurecieron los recordatorios con gritos y golpes, y si uno recibía golpes dos veces al día, esto comenzó a generalizarse hasta casi la extinción. Cuando los adultos veían que ya no podían pescar como antes, observaron las posibles causas del desastre en la cacería y todo señaló que el ruido ocasionaba un disturbio en las rutas que los peces pasaban, esto también alteró la vivienda del burú-dadá y comenzó a desaparecer de nuestra zona de caza, o mejor dicho, nuestra zona de caza comenzó a desaparecer de modo que nosotros nos hacinamos en pequeñas zonas llenas de las aguas del Eleusis, cuya agua cristalina se transformó en roja oscura, verde y plateada al mismo tiempo, los peces murieron y las plantas comenzaron a perecer. Bañarnos, acto casi obligatorio dentro de nuestras costumbres, comenzó a hacer molestoso ya que tocar el agua del Eleusis nos dejaba recuerdos en nuestra piel, beberla era un atentado contra la vida misma y olerla ya era pecaminoso.

Tiempo después, luego de varias discusiones dentro de nuestro grupo- que se redujo a cien- que acabaron en asesinatos y llantos, exilios y heridos, los sobrevivientes adultos decidieron que los hombres de blanco nos habían engañado de la peor manera al prometernos más de lo que nosotros podríamos concebir, aunque sea como algo inverso al desarrollo sostenible. Cuando nos acercamos a la casa que ellos construyeron- gigante, plomiza y que exhalaba humo- vimos como unos tubos botaban aguas multicolores hacia el río Eleusis, y si algo detestamos, es que nos engañen de esa manera, traicionando al ambiente y a nosotros mismos, quienes ni les hicimos daño. Nuestra queja la recibieron de la mejor manera, pero la respondieron como si alguien les hubiese insultado: un grupo de hombres armados comenzaron a disparar piedras, pero de las rápidas, chillonas y asesinas, de esas que pueden partir cráneos con un estallido, o lanzaban cualquier objeto que imitaba al sol para quemar nuestras casas. Los que quedaron, que no eran más de cuarenta, decidimos evitar dañarnos a nosotros mismos y alejarnos de esos hombres para no extinguirnos, fue por eso que muchos hombres acabaron acostándose con las mujeres, y, si cabía la posibilidad de no haber fertilizado a la mujer, otro repetir el plato.

Cuando llegamos a ser cien otra vez, volvimos al lugar donde vivíamos, pero ¿qué había pasado? ni yo mismo podía saberlo con claridad: nuestras casas habían crecido como si fuesen árboles, árboles fríos, sin vida y altos. Lo más trágico del caso es que ese lugar tenía nuestro nombre grabado, y si lo digo así es porque ellos esperaban nuestra llegada. Si alguno pisaba en una zona que no debía, su cuerpo caía contra algunas púas hechas de árboles con puntas, que hacía brochetas crudas con el cuerpo de muchas mujeres encinta. También usaban hilos invisibles que dejaban caer objetos filosos, éstos se ocultaban entre las ramas y las hojas de los árboles, de modo que cuando mirábamos hacia el suelo, nos podía caer un tronco cortado en punta al activar una trampa que caía desde la copa del árbol, y si mirábamos hacia arriba, podíamos caer y ser atravesados. Luego de llegar hasta nuestro destino, sólo sobrevivieron veinte, por eso gritamos y golpeamos las puertas de esa ploma monstruosidad. Un minuto después, un hombre vestido de color blanco salió y nos dijo que su dios, llamado el Estado, les dio el poder vitalicio de controlar y ordenar los recursos de nuestro hogar, y cuando nosotros pedimos una prueba, uno de ellos se acercó a mi hermana y le cortó el cuello. El hombre vestido de blanco nos gritó que si nuestro amo es poderoso, que les arrase de la peor manera, y vaya que hicimos oraciones y petitorios, los más costosos que nunca habíamos elaborado anteriormente ¿y para qué? nos quedamos sin recursos, sin una persona y maltrechos moralmente ¿qué le pasó a nuestro dios? ¿es que se enfermó? ¿o es que sufrió un accidente? tal vez alguien no haya pronunciado la palabra correctamente, pero, ante tantas personas ¿cómo era posible eso? no, no fue mal pronunciada, tal vez era un designio de nuestro dios, sí, eso es lo más lógico, no nos compete pelear contra el enemigo porque si lo hiciéramos, podrías perder y nuestro dios carece de preocupaciones cuando se trata de revivir personas. Salimos de lo que fue nuestra casa y decidimos tomar otra parte ¡vaya desengaño! nuestros terrenos eran grandes, pero ahora otros decían tener control de ese lugar, los dahítas, los erbel y las ozípolas. Cuando pisábamos sus terrenos, ellos nos echaban rápidamente, nos perseguían a punta de bolas atadas y piedras fulminantes, y en esos trayectos ya morían tres bebés, los últimos bebés que una mujer tuvo de nuestro pueblo. Volvimos a llegar por donde nuestros familiares murieron- obviamente, pudimos recordar por donde no pasar- y hablamos con el hombre extraño, él nos dijo que nada nos daría porque en esa tierra nada había, y que la tierra siempre quedará contaminada durante años, pero que no había problema si querían vivir allí, eso fue un alivio ¿un alivio? debo recordar las aguas multicolores, las picazones que nos ocasionaba, todo era hediondo, los árboles estaban partidos parcialmente, los animales ya eran más fáciles de cazar, pero sólo porque estaban envenenados por cualquier cosa que hayan comido o bebido. Así se intoxicaron seis y otros murieron más rápido, de modo que todas las mujeres murieron y sólo quedábamos tres: Osseb, Urrutia y yo, es decir, los que se dedicaron a incinerar todos esos cuerpos ¿y la de los accidentados? no pudimos con los que parecían brochetas.

Debo decir que, al verse mermada la cantidad de personas, debatimos la importancia de seguir con nuestras tradiciones para vivir, algo que nos cortaba las posibilidades, o adaptarnos al medio para no morir y olvidarnos de lo que amamos, Osseb me dijo que daría lo mismo o sería peor porque por algo debieron morir nuestra familia, y que adaptarnos para olvidar nuestras costumbres, o al menos cambiar algo, sería un retroceso en la toma de decisiones: la cultura nuestra, tal cual, es nuestra única joya que nuestro dios nos regaló para vivir de la mejor manera. No quiero defraudar a Osseb, es el más viejo de todos, se sabe todos los cánticos y recuerda las variaciones que los niños le daban cuando alguien nacía o moría. Un día, Urrutia estaba muy enfermo, Osseb me dijo donde podía estar la planta madre- ya que no se había usado durante mucho tiempo- en estos momentos ¡dios quiera que mi búsqueda hubiese sido fructífera! ¡la planta yacía marchita, deshojada y seca! busqué otros ejemplares de la misma planta, pero todas estaban exactamente igual, volví a buscar otro tipo de plantas que tuviesen el efecto parecido, pero al recordar la enfermedad que sufría mi hermano- movimientos rítmicos involuntarios, sudoración extrema y dolores de todo tipo- y me resigné a hallar algo que cure tal cosa, porque la única planta que curaba todo estaba muerta, y cuando volví a casa, Osseb me dijo que mi hermano estaba muerto. Incineré su cuerpo y guardé sus cenizas en un pote donde estaban las demás cenizas para usarla en un gran banquete cuando nuestra descendencia aumentase. Osseb hizo lo más que pudo para cuidarme, me enseñó lo más básico: como cazar, como pescar y nuestros cánticos, y vaya que no fue fácil cazar sin cazar. Luego de un mes, él me entregó la umbrera, un collar que tiene un rubí en el centro, como símbolo de jefe supremo de los boqqé, el nombre de nuestra raza, y me cambió de nombre, ahora me llamo Boqqé, hijo de muchos hombres y de una mujer, amo de la raza que se ahoga por el peso del engaño.

Beso la umbrera y me siento sobre las raíces de un nudoso árbol, mis pies sangran, ya me salió otra herida, lo cual es muy extraño porque nosotros caminamos más de lo que yo podría caminar, o para entenderlo mejor, antes caminaba más, pero me he vuelto muy débil, apenas puedo levantar mi cuerpo y buscar algún terreno no habitado por nuestros rivales. El frío cocina mi piel, la cocina y no me deja en paz ¡cómo anhelo que vuelva el calor! busco a alguien que sepa español para que me enseñe y pueda hablar sobre mi tribu, la que yace entre mis manos- porque soy yo quien tiene el pote donde guardo sus cenizas- y no pienso abandonar mi misión, a pesar del hambre que se come a mi solitaria y a mis heridas que me hacen llorar. Y si lo hallase, sé que decirle porque lo aprendí imitando a una persona: quiero aprender español. Si me encuentro con alguien, me dirá cualquier signo que me indique su negación o su afirmación.

Quiero aprender español hablé con una mujer, ella me respondió de mala manera, pero, según lo que puedo recordar, eso que habló no fue español. Me alejé de esa mujer y me acurruqué cerca de un arbusto, al menos no puede empeorar esto ¿o me equivoco? cuando desperté, seguí caminando mucho tiempo, desde la punta de la montaña hasta los pies de un cerro. Luego atravesé un sendero lleno de plantas raras, raras como… como… como las ramas de algunos árboles en las noches. A veces, se puede sentir la ira de nuestro dios, quien siempre grita y hace que todos le veneren, su voz es fuego ante los árboles, los quema sin piedad, que habrán hecho. Y parece que algunos árboles vieron lo que pasó con los demás, y así se quedaron: con el rostro distorsionado del susto.

Lo más grave del asunto- es decir, de mi búsqueda por aprender español- es que me hallo más cansado, por decir lo menos. Si mis pies estaban llenos de heridas, ahora están llenos de bolsas que mi piel fabrica, bolsas con agua que revientan con facilidad, y vaya que duele. Mis manos han perdido- si es que alguna vez tuvieron- su estética y ahora parece un monstruo nudoso, lleno de capas de piel sobre la piel, o también llena de montículos chiquitos que guardan algún nido de avispas o de hormigas, y si lo digo es porque pica y pica, la comezón se hace muy intolerable, rasco, rasco y rasco hasta que no quede piel. Y me sentiría, a pesar de todo, feliz, de no ser porque no encuentro alguna persona que sepa español y yo lo aprenda al revés y al derecho, aunque decir que hallé más personas es difícil: todos se ocultan del niño herido, que tiene una piedra colgada y las manos y pies monstruosos. Cuando hallo personas, les pido que me enseñen español, pero me lanzan guijarros y palos- ¿buenos cazadores? debo pensarlo porque golpean con tanta puntería que más bien parecerían de nuestra tribu cuando cazamos algún burú-dadá.

Y un día, de esos que pueden matarte de la felicidad por el sol que ha llegado flamantemente, mi cuerpo se desplomó en medio de la vegetación de un mundo que ni conozco a pesar de haberlo habitado ¿muerto? no, sin duda alguna, todavía estaba vivo, pero muy extenuado, famélico y entristecido porque pensé que había fallado en mi misión, que mi dios me aniquilaría por haber recibido más confianza de la que yo podía dar. Tiempo después, fui visitado por un grupo de chiquillos que me golpearon con una rama en la cara, no sé si creyeron que estaba vivo o muerto, pero me molestó bastante, ya estaba harto de hallarme con personas que sólo saben maltratar. Me levanté y agarré una piedra, y cuando yo la lancé, recibí una lluvia de guijarros de todos los tamaños y colores, tantas piedras había recibido que los niños corrieron por el miedo que les provoqué: mi ojo derecho estaba destrozado y no paraba de sangrar ¿algo que admitir? sí, grité y lloré con rabia, rabia por haberme vuelto débil cuando yo podía hacer más que mis hermanos, rabia por haber recibido la responsabilidad más grande que nunca antes se le dio a un boqqé y fallar en el camino. Agarré una rama y comencé a caminar mientras intentaba olvidar el dolor, algo extremadamente utópico: me bastaba sentir la caída de la sangre para amargarme, y mi amargura se transformaba en un llanto más fuerte, y cada llanto amplificaba el dolor. Avancé hasta aburrirme de avanzar y observé otro río, muy diferente del Eleusis. Corrí- si es que al caminar mío se le puede llamar correr- y llegué al estero, me desvestí y me bañé- tuve cuidado con la parte herida del ojo, cuyo proceso fue muy largo, doloroso, delicado, pero me dio paz luego de obviar el dolor durante horas. Luego, volví a vestirme y me dormí cerca del río, río calmado, hermoso cuando llega el ocaso, tan hermoso como mi Eleusis.

Al despertar, bebí un poco de agua y me hice de unas ramas de mediano grosor. Afilé las puntas al causar fricción con otras ramas y la usé como mi fuente de comida rápida. Cacé algunos peces y los usé como mi almuerzo ¿un inconveniente? bastantes, no me gusta sacar las escamas a los pescados, me parece asqueroso, pero necesario. Segundo, para cocinar las carnes, usábamos unas piedras muy resistentes, delgadas, plateadas, brillantes y filosas, de modo que al friccionarlas, obteníamos chispas que generaban fuego rápidamente, pero no es fácil hacer eso ahora porque esas piedras vienen con otra raza de hombres que ni conozco directamente, pero viven la vida más perezosa, o eso me relató Osseb mucho antes de morir. Por esa razón debía usar otro método: colocaba varias piedras grandes como una base, sobre las piedras, estaba mi pescado, así se cocinaba sin necesidad de piedras delgadas y pequeñas, pero las hormigas siempre husmeaban en mi comida, y no tolero que alguien se meta con mi comida.

Un día, sentí que el suelo temblaba. No, no es cuando todo se mueve, sólo mi suelo, sólo aquello que pisé, nada más. Supe que sólo mi suelo se movió cuando oí la explosión, sentí una sacudida en mis oídos, en eso, pero nada más, los árboles no se movían, las aguas se mantenían tranquilas, sólo yo sentí ese raro movimiento que zumbaba en mis oídos, y cuando miré abajo, supe que ya no tenía pierna derecha, y que si no me había caído fue por la rama que usaba como tercera pierna, pero que, de los celos, escaló hasta ser la segunda pierna. A ver ¿grité? ¿y qué se puede esperar de un humano? me tropecé y sentí los estragos de un miembro menos, de la carne viva que sentía el oxígeno, el hueso que todavía estaba unido por un pequeño pedazo colgante de carne.

… Pero ¿y el dolor?

Un dolor agregado se restó con otro, una célula se moría segundo a segundo, cada gota comenzaba a verse disminuida, las conexiones comenzaban a desaparecer, las células volvían a morirse, brotaba la bilirrubina, se expandía en mi cuerpo, cuerpo inerte, nutritivo para los carroñeros…

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