viernes, 11 de diciembre de 2009

Novela: El amanith.

Aquí va el segundo capítulo de mi novela, y se ha hecho muy largo. No sé como acabará. Ayyyyyy...

Capítulo 2: El hallazgo de Daxokü.

Y cuando lo recuerden, llorarán
De amargura: el día que sientan
Preocupación y amor por los niños,
Éstos nunca más volverán a existir.
La balada de la humanidad.

Ladrones o no, amanith o no, son clientes sentenció la señora Occotote, quien decidió atenderles inmediatamente. Filete, suprema, pechuga, pierna, alitas, todo en carne de pollo. Papas fritas con aceite de sacha inchi, arroz de las islas del mar amarillo, bolas de arroz y pastel de queso con jamón. Daxokü y Da’lember masticaron la comida mientras le daba monedas de diversos valores, pero que sobrepasaron el coste real de la comida. Issehán Occotote sufrió cuando se vio obligada a despertar a su marido y a sus hijos para buscar la diferencia de dinero entre sus bolsillos, siendo su búsqueda más que infructífera. Se dirigió hacia los niños como si fuesen wambalith y les pidió disculpas por no encontrar el dinero requerido. Pero los dos se rieron luego de oír esto: desconocían el sistema de cambio del dinero y no sabían cuanto debía darle realmente. La señora Occotote también se unió a la risa y le dijo que podía darle alojamiento por una noche, el servicio de baño lujoso, un producto para la cicatrización de las heridas hecho con baba de caracol, nuevos trajes, comida para una semana con conservantes naturales y un mapa para dirigirse hacia los lugares más exóticos y famosos de la isla Dorianahashi, además de las zalemas que sólo eran reservadas para los wambalith, pero que ella hacía la excepción ante este caso tan particular. Los niños aceptaron mientras acababan con el décimo plato, bebieron algo de slagush, una bebida dulcísima que impide la sensación de sed durante los siguientes tres días, hidrata el cuerpo hasta la mitad del tercer, pero tiende a emborrachar a quienes lo beben desmedidamente. Se miraron mientras sentían el recorrido de un impulso nervioso que viajaba desde los pies hasta la cabeza, sonrieron mientras la señora veía que la bebida había surtido efecto, les llevó hasta el cuarto de baño, desnudó a cada uno de los niños y les arrojó agua fría, luego sintió que estaba demasiado fría y la temperó, se hizo tibia y dejó que Da’lember fuese remojado, pero él se resbaló y su trasero amortiguó la caída, siguió riéndose mientras la señora Occotote humedecía algunas zonas secas, luego aumentó el caudal del agua y por último humedeció su piel con jabón instantáneo, una lluvia de burbujas ocuparon gran parte del cuerpo del crío, quien no paró de reír por las cosquillas que sintió. Removió toda la suciedad de Da’lember y volvió a remojar su cuerpo para remover los restos del jabón, luego secó su piel, la piel del niño y le dio la orden de no moverse mientras bañaba a su hermano, Da’lember asintió levemente, musitó algunas palabras y cerró los ojos. La pobre señora Occotote sufrió cuando tuvo que remover la tierra impregnada las llagas me venían mejor comentó mientras recordaba las múltiples heridas que Da’lember tenía por todos lados, usó el O1, que era el jabón más tóxico para los piojos, cuyo hedor era tan fuerte como efectivo para asesinar a los parásitos, y me sobra declarar su magnitud con sólo un hecho: una gota de ese jabón bastaba para alejar durante un día a cualquier persona sensible a esos “aromas” de exquisitez aséptica, pero como los niños estaban aturdidos por el slagush, el primer sentido que perdieron momentáneamente fue el olfativo, por eso ni se quejaron. Metió su dedo dentro de la nariz, de los oídos, de las uñas y del ano, removió cualquier secreción asquerosa mientras se maldecía por ser tan honesta al no poder retractarse de lo que ofreció, menos engañarles. Remojó el cuerpo de Daxokü y le quitó los hedores, la mugre y hasta los piojos. Secó su cuerpo, les cortó las uñas de los pies, la mano y les transportó hacia el cuarto donde ellos dormirían, pero ellos ya estaban casi dormidos. Aun así, la señora Occotote decidió acabar con lo que había prometido: empolvó sus cuerpos con el talco más perfumado que tenía, acabó con tres botellas de su crema para la regeneración de la piel en menos de una hora, comenzó a preparar la comida que ellos necesitarían para mañana en la tarde mientras la crema se secaba y hacia su milagroso efecto. Cuando la crema se secó totalmente, les vistió con lo único que tenía a la mano: la ropa de su hijo, quien comenzó a insultar a los calmados clientes. Issehán le amenazó con botarle de la casa si se comportaba así, fue por eso que su trabajo se multiplicó en calmar a su hijo, cocinar sin que la comida se estropease y ver que Daxokü y Da’lember pasen la mejor noche que tuvieron.

Cuando Da’lember se despertó –once de la mañana –casi no se reconoce: las heridas que había tenido cicatrizaron inmediatamente, no sentía la pesadez del dolor que siempre siente cuando despierta, tampoco sintió el hedor que le parecía tan natural, o la ausencia de picazón sobre su cabeza. Percibió el aroma que despedía su cuerpo y se estremeció de placer, por primera vez la suciedad no opacaba un aroma que le era tan extraño sentirlo en su realidad. Sintió las frazadas hechas con tela de alpaca que tanto le protegieron de la gélida noche, miró a Daxokü, quien estaba en la misma situación, excepto con el olor, que tenía un añadido ligero de amoníaco. Paseó su olfato sobre la piel de su hermano y el mismo estremecimiento sintió, que produjeron los aromas. Besó la mejilla del niño y se levantó, miró sus pies, que estaban protegidos por las medias de color blanco con dibujos de ballenas y palmeras, y salió de la cama antes de darse cuenta de que el suelo de madera estaba brillando intensamente –si lo comparamos con lo que podría brillar con la cera normalmente. Salió del cuarto y miró el pasillo con el suelo de madera, todo lo que veía brillaba, hasta le pareció ver que las paredes brillaban. Miró, desde lo lejos, una silla ocupada por el cuerpo de una mujer muy hermosa, pero golpeada por el cansancio que el obligó a dormir casi súbitamente. Da’lember reconoció a la mujer y sonrió: era la señora Occotote. Se dirigió hacia ella y volteó hacia la derecha, donde se hallaba una mesa llena de ollas de madera de cedro, todas envueltas con telas de diversos colores. Miró el rostro de la señora Occotote y le sonrió mientras respiraba: eso bastó para que ella se sobresaltase, miró al niño y suspiró.

– Vaya que me asustó –comentó la señora Occotote mientras sonreía, se quitó la pereza y se levantó, bostezó y parpadeó varias veces –pero mi trabajo lo he terminado ¿qué le parece? –preguntó.
– Yo no soy yo ¿verdad? –preguntó Da’lember mientras se observaba fugazmente, la señora Occotote apenas le oía ya que su cansancio no podía ser superado sin dormir, y ella apenas había acabado recientemente.

Volvió hacia el cuarto donde había dormido la pobre ha trabajado mucho pensó Da’lember mientras caminaba cuidadosamente, el suelo tan brillante podía hacerle resbalar. Unos segundos después de entrar al cuarto, oyó el estornudo de otra persona, miró el pasillo, pero la señora Occotote no se despertó. Comenzó a jalar la puerta para ver dentro, la primera contenía el baño; la segunda, la cocina donde los aromas de lo cocinado se mantenían en el ambiente; la tercera, el cuarto donde dormía. Entró al dormitorio cuarto, do varias personas dormían hacinadamente, aunque muchos rostros indicaban que se hallaban cómodos, vio que uno de ellos titiritaba de frío, su piel blanca manchada con negro se movía tanto como cuando Daxokü era golpeado por su madre, o al menos eso recordaba Da’lember, el niño le miró con encono, no se movió, pero su mirada demostraba que quería despedazarle sin compasión. Suspiró y se retiró del lugar al verle, se echó sobre la cama y pensó si la señora necesitaba de verdad el dinero… en ese momento Daxokü ya se había despertado, hizo lo mismo que su hermano, con la diferencia que no despertó a la señora Occotote. Volvió al cuarto y halló a su hermano, todavía despierto.

– ¿Desayunamos? –preguntó Daxokü mientras olía el cabello de Da’lember, que mantenía el aroma del jabón.
– La señora está dormida –musitó Da’lember, quien parpadeó varias veces, bostezó y se levantó –ya no tienes heridas en la cara.
– Muéstramelo tú también –ordenó Daxokü, su hermano demoró en desabrochar los botones de su camisa de lana, y observó que su piel estaba lisa y sin cicatrices, ni heridas, ni costras. Daxokü revisó sus brazos, sus piernas y su pecho, quien tampoco mostraba alguna herida, cicatriz o costra.
– Debe ser una bruja –comentó Da’lember mientras abrochaba los botones de su camisa –pero una muy buena –y luego de decir esto, se echó sobre la cama y durmió.
– ¿No deberíamos levantarle?– preguntó Daxokü. Da’lember se echó de costado hacia Daxokü y musitó varias palabras, entonces Daxokü habló – puede ser, mejor durmamos.

Pero su sueño no duró mucho tiempo, la señora Occotote se despertó y les indicó que todo ya estaba preparado, que el desayuno sólo requería ser calentado. Los niños salieron de la cama, fueron hacia el comedor y se sentaron mientras observaban las tapias de la chingana, todas de color amarillo con bordes blancos cerca de los tomacorrientes. Cuando Daxokü recibió su primera ración de leche de vaca con quáker, se oyeron varios pasos, murmullos que se transformaban en ruidos, ruidos que hicieron el toc, toc, toc, una discusión que se amortiguó con la lluvia torrencial de palabras del mundo escatológico que un adulto pronunció. Y si hubo espectáculo, fue la sorpresa de varias personas al comedor, un padre gruñón, dos hijas chillonas y un infante desnudo. La señora Occotote buscó –y claro que halló –fuerzas para no gritar por lo que pasó, pero no dejaba de musitar –evitando que los hermanos le oyesen –lo vergonzoso que representaba su familia: un borracho, dos ridículas y un desvergonzado, y cuando su hijo le oyó, replicó que si estaba así, fue porque ella regaló ropa a los niños. Y luego el temblor de la mano, la sartén que se quemaba, la espátula que parecía ser un gusano con el destino de ser carnada. Frió tocino, huevo y arroz, sirvió el desayuno dentro de dos platos y miraba los limones verdes y naranjas, los cortó y exprimió, luego lo mezcló con agua mineral –sólo para las circunstancias debidas, comentaba la madre una vez, mucho antes de ver a los hermanos –y con azúcar rubia –economiza, es más saludable y más dulce que las demás, comentaba mientras preparaba la limonada una tarde de verano. Los niños devoraron la comida y suspiraron, halagaron a la señora Occotote y fueron a revisar lo que llevarían para el camino. No pararon de reír cuando creyeron lo difícil que sería cargar todo eso, en ese momento la dueña preguntó.

– ¿Y dónde viven?
– Mamá nos ha…
– Mamá decidió que no debemos vivir con ella.
– Pero… que desastre.
– Afortunadamente, pudimos obtener el dinero…
– Y si no le hubiésemos hallado, nos habrían robado en la noche.
– Claro, es muy difícil que unos niños se protejan en la noche, con todo el peligro que hay ahora, los amanith agarran las cosas de los demás cuando menos se lo esperan, y no sentirían remordimiento si les matasen.
– Eh, somos amanith.
– ¿De verdad? buena broma, no puede ser, los amanith no saben pensar.
– ¿Y qué son?
– ¿Nosotros? somos comerciantes, al menos yo lo soy, y la mejor que hay en estos lugares.
– Sí, si hasta nos quitó las heridas.
– Pero mi hermano decía que era una bruja de las buenas.
– ¿Brujas? por favor, sólo los amanith creen en las brujas, los hechiceros y el demonio.
– Lo cierto es que, bruja o no, ángel o no, nos ha ayudado bastante, y no sabemos como pagarle.
– Ya lo hicieron, si con todo lo que han consumido tengo para refaccionar la casa, comprar mejores muebles, comprar una congeladora.
– ¿Le alcanzará para lo ropa de su hijo?

Cuando el niño oyó la pregunta, se retiró de la cocina abruptamente y golpeó la puerta de su cuarto, allí se fue toda la magia con la frase chillona vuelve aquí, inmediatamente, regresa ahora y discúlpate con ellos, pero su hijo replicó no, porque ahora ellos se burlan de mí, ahora parezco un maldito amanith, un bastardo entre los bastardos, pero su madre no toleró lo que dijo y le fustigó dentro del cuarto. Claro que los niños no vieron el desastroso fin de su visita, pero lo intuyeron con un llanto agudo, la sangre que goteaba de una correa con bordes férreos y de apariencia filosa con algunas púas redondas a lo largo del objeto. Da’lember sacó una moneda de su bolsa y la dejó sobre la mesa espero que pueda comprarle ropa. Ahora la señora había trasladado su estado anímico de desesperación hasta el asombro, de la indiferencia hasta el estupor y la felicidad, pero de esas que pueden ocasionar la muerte cerebral por exceso de estímulos recibidos. Issehán Occotote se arrodilló ante ellos y les dijo que nunca había encontrado personas tan majas en esta zona, que la moneda dada bastaba para cerrar su negocio por la eternidad y que sus hijos no sentirían hambre hasta la adultez.

¿De dónde habrán salido estos niños? se preguntó el señor Occotote mientras llevaba el cargamento de los hermanos, quienes parloteaban de muchas cosas que no entendió el hombre. Debían caminar durante veinte minutos hacia la estación Barack, una de las más importantes de la isla Dorianahashi. Muchos wambalith que viven fuera del domo Dorianahashi – por razones de población –visitan el domo todo el tiempo porque se sienten como en casa, pero son pobres económicamente en comparación con los que viven allí, en cambio, de vivir entre los guetos de reqcbith, deambaqith y de amanith les hace sentir superior ante los demás, pueden humillar a los demás sin que se les replique y compran más de lo que podrían hacerlo en el domo Dorianahashi. Además, es la vivienda del amo y señor de la isla – mas no del reino.

– Bien, niños, esta es La Gran Estación Barack –gritó jovialmente el señor Occotote mientras dejaba el cargamento –no sé a donde quieren ir, pero si quieren una recomendación, todos los lugares son buenos, tan… bueno, decidan a donde ir –añadió luego de sacar un cigarro, lo encendió y fumó – pero nunca vayan al domo Dorianahashi –les advirtió.
– ¿Por qué?– preguntó Daxokü mientras agarraba parte del equipaje – ¿Qué de malo tiene ese lugar?
– Tiene todo lo que vosotros no habéis visto –respondió el señor Occotote, cargó el resto del equipaje y volvieron a caminar –pero los únicos que pueden entrar son los wambalith, los reqcbith y los aprendices –dejaron de caminar cuando llegaron a la boletería, compró dos boletos para niños clase A y se alejaron del lugar.
– ¿Quiénes son los aprendices?– preguntó Da’lember mientras abría uno de sus equipajes, masticó la bola de arroz que la señora Occotote les preparó.

El señor Occotote parpadeó y se detuvo, volvió a repasar lo que oyó y resolló, tosió y siguieron caminando de verdad, ellos sí pueden ser amanith pensó inmediatamente, temía que fuesen amanith porque la ley prohíbe ayudarles, a menos que fuesen aprendices.

– Se les llama aprendices a quienes desean gobernar el reino, ignorando su casta –respondió el señor Occotote luego de ocupar un asiento en el paradero –pero para eso requieren los sellos.
– ¿Qué son los sellos?– preguntó Daxokü, agarró una segunda bola de arroz y la tragó, el señor Occotote tembló de frío y de miedo, tosió y miró hacia el cielo.
– Cada gobernador tiene un sello cuando manda órdenes, hay varios, no recuerdo cuantos –respondió –pero esos sellos tienen otra función, cuando el aprendiz gana batallas contra los gobernadores, obtienen una marca del sello, y los aprendices deben coleccionarlas para ser quien gobierne el reino Ampara, que no es algo insignificante, además, los sellos en su conjunto, tienen la función de cumplir un deseo para quien gana las batallas.
– Suena…
–…Mortal –interrumpió el señor Occotote, reventó varios furúnculos de su brazo y les miró –los gobernadores son designados por el rey de Ampara, y no son cualquier cosa, saben –y musitó después de decir eso –magia.
– Pero su esposa dijo que eso no existe –replicó Daxokü mientras sacaba dos bolas de arroz, el señor Occotote golpeó el asiento más cercano que tenía.
– Antes de conocer a mi esposa, yo era uno de los centinelas del domo Thumer –susurró el señor Occotote mientras se le acababa el cigarro –en esa época, Suoh Dóngod era el dueño de las islas del reino Ampara, y él visitó el lugar por unos asuntos de negocio, o al menos él decía eso, porque nunca fue bueno para guardar secretos, era un deslenguado. Y cuando entró, un aprendiz se acercó hacia el amo del domo Thumer para retarle, ya que sería su primera víctima entre los amos de los domos que supuestamente derrotaría con facilidad. Suoh hizo que todos los que estaban allí fuesen a presenciar la pelea, el aprendiz no duró más de diez segundos en batalla.
– ¿Qué pasó? –preguntó Daxokü, dejó la bola de arroz por la concentración que ponía de su parte para poder oír lo que el chirrido del tren interrumpía.
– Le arrancó los brazos –respondió inmediatamente, botó la colilla del cigarro y tosió –cuando pisoteó el suelo, él salió disparado del lugar donde estaba, y cuando estaba a punto de caer, el amo le agarró el cuello con una mano, con la otra agarró su hombro y separó el brazo del cuerpo, volvió a repetir lo mismo y proclamó como acabada la pelea.
– ¿Le arrancó los brazos? Ese hombre debe ser muy fuerte –comentó Da’lember mientras se mordía las uñas, todavía limpias por el buen trabajo de la señora Occotote –me gustaría hallarle para ver como pelea.
– Pero, dijo que usó magia, o no ¿cómo usó la magia?– preguntó Daxokü luego de recoger su bola de arroz.
– Usa magia para fortalecerse, o también para hacerse inteligente…
– Ah…
– El tren ha llegado, lo mejor será que se vayan pronto, cargaré sus maletas, luego exijan el carrito, que lo hallarán en la siguiente estación ferroviaria – declaró el señor Occotote luego de parpadear otra vez, el maldito tic no le dejaba en paz –y no me importa si son o no son amanith, gracias por todo – añadió luego de besarles en la frente, dejó el cargamento a cargo de un deambaqith, quien trabajaba dentro del tren, llevó el equipaje a otro vagón y regresó posteriormente.

– ¿Puedes ver con el ojo?
– No del todo.
– Se ve horrible ese ojo.
– Oh… a ver si puedo comprarme otro ojo ¿verdad?
– No, no venden ojos.

Entraron a uno de los vagones color rojo en las franjas y dorado en todo lo demás, excepto en las ruedas que era de color verde esmeralda. Vieron que las personas, en su mayoría, eran wambalith, personas de piel oscura y de cabello verde lacio, ojos de un solo color y de manos delgadas y suaves. Claro que hay amanith, reqcbith y deambaqith con esas características físicas, pero en su forma de hablar hay un dejo que no puede ser removido de su dialecto. Los wambalith– o la gran mayoría –son excelentes padres. Cuando se preocupan mucho, son insensibles al sueño y al hambre, pero son los primero en establecer diferencias entre uno y otro… ocuparon un asiento y siguieron hablando del ojo que Da’lember dañó. No querían volver a casa porque mamá nos vendió, y nuestra libertad tuvo su coste, o eso decían cuando se sentían culpables de huir a casa.

– Y el cristal de Gates, he escuchado que el primer Rem lo usaba para aniquilar a sus oponentes, bastaba pensarlo y eso era todo.
– Claro… claro, es amanith ¿no es cierto?
– ¿Y cómo lo sabe?
– Lejos del color verde falso de su cabello, lo sé porque usó un tinte malísimo para camuflarse aquí, no es capaz de imitar nuestro dejo, lo que nos hace pensar que robó el boleto de alguien más.
– No, para nada.
– No me mientas, sólo los amanith creen en magia.
– Porque he visto magia por mi propia cuenta.
– Chico ¿qué tal si le hacemos volar?
– ¡No! no quiero volar.
– Vamos a hacer el avioncito.
– Suéltenme.
– Una…
– Dos…
– Suéltenle.

La voz de Daxokü se oyó hasta el tercer vagón contiguo, los jóvenes les miraron sorpresivamente ya que era muy raro que alguien se preocupe por otro, más si quien sufre eso es un amanith, y es muchísimo más raro cuando un amanith protege a otro. Los jóvenes le soltaron y sacaron sus cuchillos mientras sonreían.

– Pero ¡no lo creerán! son los chiquillos de la calle Oba que botamos.
– ¿De verdad? pero ahora se visten como gente.
– Y no apestan.
– Todavía, a ver ¿a quien le robaron?
– A tu perro.

Si hay algo que muchísimos wambalith detestan –a parte de la chusma de los amanith –son los perros porque son considerados como sucios, indignos y plato corriente de los amanith, tener un perro en casa significa ser un pobre pobrísimo, es como decir la lacra entre las lacras. El joven se aferró a su cuchillo e intentó acuchillarle, pero las sirenas del vagón impidieron el ataque. Las sirenas suenan cuando el tren llegará a la estación más próxima.

– Tienes suerte, pero para la próxima… no te metas conmigo.

Le había golpeado en la cabeza contra el mango del cuchillo, los jóvenes se retiraron y descendieron del vagón, Daxokü miró al anciano fijamente, no llegó a parpadear ni siquiera cuando lloraba.

– Vámonos a otro vagón.

A diferencia de los vagones antiguos, los vagones actuales pueden ser “invadidas” por los pasajeros que guarden algún objeto. Todos los objetos eran guardados en un compartimiento con un número determinado, y ese número determinado es el mismo de la llave que cada pasajero con equipaje lleva para entrar en el vagón de carga central y buscar sus pertenencias, número seis, siete, noventa, cien ¡ciento treinta y cuatro! abrieron el compartimiento de sus pertenencias y sacaron varias cosas, sólo las que podían cargar, lo cerraron y siguieron caminando hasta el fin del vagón, que acababa en la entrada de otro vagón, los niños entraron y se sentaron sobre las sillas que se hallaban allí. Miraron la ausencia del techo de ese vagón y sonrieron, quitaron los envoltorios a los platos y comieron pollo al vino y cerebro de mico con chocolate.

– Si quieres, te doy mi ojo, porque es mi culpa que te quedes sin ojo.
– No, yo agarro tu ojo ¿y cómo lo meto? no lo sé, prefiero no hacerlo.
– Pero no puedes mirar bien.
– Sólo quiero estar lejos de mamá, ella es la culpable.
– ¿De qué?
– De tratarnos tan, tan, no sé ¡no sé cómo decirlo! yo quiero estar lejos de ella, nada más.
– Y te apoyo, pero cree que estaremos en casa dentro de cinco días.
– Nos vendió, o alquiló, lo cierto es que no nos merece.
– Ideas locas, pero eres mi hermano.

Se acercó hacia su hermano lentamente, los dos comenzaron a oler lo que cada uno había comido, Daxokü sonrió mientras miraba los ojos de su hermano mayor, Da’lember agarró el rostro de su hermano y le besó en la mejilla, luego en la frente y posteriormente en la boca como mamá comentó Daxokü luego de besarle en la boca, se rieron y se echaron sobre divanes que fueron colocados como equipaje de otra persona. Daxokü revisó sus bolsillos y halló un viejo papel pergamino, lo sacó y lo desenrolló con cuidado, no tenía algo escrito, estaba totalmente vacío y apestaba a nabo, el mismo aroma que el señor Occotote ostentaba.

– ¿Y cómo llegó esto?
– No lo sé ¿tiene alguna imagen?

Los niños no sabían leer, su madre nunca se preocupó por eso, además, ella tampoco sabía leer excepto los números de los billetes. Lo que más les llamaba la atención en un papel era la imagen mostrada porque creían saber su contenido mediante la mirada. El papel tenía un aspecto antiquísimo, algo dañado, arrugado y sucio, pero carecía de alguna escritura que se haya añadido. Y junto a el papel había un collar de vidrio que mantenía un líquido azulino oscuro, Daxokü se lo colocó en el cuello y sonrió, Da’lember agarró el papel y lo revisó varias veces, luego se lo devolvió a su hermano.

– Nada, sin imagen.
– Bótalo, no es útil.
– Me lo quedaré… no he visto algo parecido antes.
– Es fácil decir eso si sólo tienes un ojo.
– Ja, ja ¡gracioso te crees! ¿No?

Daxokü se levantó, salió del último vagón y miró los rieles que fueron pasados por el movimiento del tren, Da’lember se le acercó y le miró, Daxokü sonrió y se sentó sobre las barras color negro, donde las personas apoyan sus manos cuando sienten el extraño instinto de estirarse y respirar fuera de los vagones. Pero cuando el tren cambió de dirección bruscamente, su hermano se resbaló y su cuerpo ya no estuvo sobre las barras negras del tren. Da’lember le sujetó el brazo, pero el peso de su hermano, la velocidad del tren y los movimientos bruscos –por las piedras que los niños colocan en los rieles como diversión –y continuos del tren hicieron que Da’lember cayese junto con su hermano y se golpeasen contra las vías del tren, sus cuerpos rodaron varios metros, sobre un campo casi muerto, lleno de rocas y que clamaba una lluvia torrencial para el alimento de las plantas. Horas después, los hermanos se levantaron lentamente, estaban más adoloridos de lo que creían, varios huesos estaban partidos, sus heridas, aunque no sangraban mucho, eran varias y espantosas. Daxokü silbó tanto que los dos se olvidaron del dolor, a pesar que él no era afectado totalmente por la anestesia acústica. Se sentaron cerca de las vías del tren –porque apenas tenían fuerzas para moverse –se vanagloriaron de las múltiples contusiones que cada uno mantenía como si fuesen unos trofeos. Da´lember miró el collar y se fijó que no estaba roto, al igual que el papel, que estaba más que intacto, parecía novísimo. Daxokü le quitó el papel y avanzó hacia las vías del tren, las vías que comenzaron a producir un chirrido, los vagones hicieron el ruido que no podían evitar hacer, Daxokü se tropezó e intentó zafarse de las vías, pero el tren siguió andando y no paró después.

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